miércoles, 21 de marzo de 2012

Primavera


Treinta y dos primaveras

-Pasajeros del vuelo con destino a San Francisco, favor de abordar por la puerta tres.
Era la tercera llamada que hacían por los altavoces del aeropuerto. Tomó su maletín, acomodo los lentes y se encaminó hacia la puerta tres, después de entregar el billete de avión y muchos saludos falsos por parte de las azafatas, subió al avión y se acomodó en su asiento. Llevaban dos horas de vuelo y la mayoría de la gente ya estaba dormida. Aprovechó ese momento de tranquilidad para abrir la ventanilla que quedaba de lado izquierdo y acomodarse para así tener la mejor vista. Sabía que se alejaba de todo ese frio y humedad, además de las cosas como el trabajo y la familia, cosas que lo habían hecho tomar el avión. Volvía a San Francisco porque adoraba esta época del año, el sol salía y se acomodaba en lo más alto del cielo y desde la ventana de su habitación podría observar a las flores crecer, al pasto ponerse verde y a su árbol ponerse frondoso y brillante. Se acercaba la primavera y con ella, un motivo más para creer en el futuro, estaba próximo a cumplir sus treinta y dos primaveras, de las cuales, siete había compartido con su esposa y tres con su pequeña hija. Volvió a asomarse por la ventanilla  del avión y sonriendo agradeció al sol y a la tierra por la maravillosa vista que tenía enfrente.
- Maricela Rosas Angulo

Un día de marzo

Había llegado ese día del año, ese día de primavera, ese día de marzo. Ese día cuando todo su mundo se venía abajo, y apenas si podía hacer las cosas.
            Hacía dos años que había perdido al hombre más importante de su vida, y aceptar ese hecho simplemente la destrozaba. Ir al lugar donde se encontraba él, pues eso la destrozaba aún más, pero tenía que hacerlo. No podía dejar pasar ese día.
            Se arrodilló ante la pequeña estructura de mármol, queriendo decir algo, pero sin éxito alguno. Su boca temblaba, al igual que todo su ser. Las lágrimas comenzaron a brotar, era inevitable.
            –Dijiste que estarías conmigo siempre, que vivirías 241 años y así poder protegerme siempre. ¿Por qué te fuiste antes de tiempo? ¿Por qué…? –ni siquiera pudo terminar la frase.
            Su llanto se había vuelto en un llanto inconsolable. Era el llanto de una madre que había perdido a su hijo, su hijo de tan solo 7 años.
            Recordó las últimas palabras que le escuchó decir: “Mami, ¿a dónde me llevan? ¿Qué está pasando?”. También recordó haberle mentido diciéndole que todo estaría bien.
            Cuando por fin pudo recuperar el habla, claro que no del todo, siguió:
            –Me prometiste que iríamos a la luna, que tendríamos trajes de astronauta y saldríamos en la televisión. –soltó un largo suspiro afligido–. Tu imaginación no conocía límites… Mi pequeño. Cuánta falta me haces.
            Se aferró a la cruz que sobresalía del borde superior de la estructura, como si esa acción le fuera a regresar a su hijo. El llanto se volvió peor. El sufrimiento que uno hubiera podido percibir en él era indescriptible. Pero estaba sola, y nadie escuchó su sufrimiento. Solo ella y la ventisca que le revolvía su cabello.
            Sí, aquel era el día de primavera. El día de primavera en el que hace dos años había perdido lo que más quería.
- Joel Villalobos

Sherlock

-¡Mira! La mariposa está saliendo de su capullo. Cuando era una oruga era muy fea, y ahora… Curioso ¿no?
-¿Curioso? ¿Sabes qué es curioso? Curioso es darte cuenta de que alguien a quien quieres no te quiere de la misma forma.
-¿Ya estás otra vez con eso?
-¿Con qué?
-Ya sabes con qué. Con eso…
-No lo creo. Solo te decía lo que encuentro curioso. Desde hace tiempo ya no pienso en eso.
Y aunque pronunciará esas palabras, ni ella misma podía creerlas. Porque siempre pensaba en eso.  En su corazón roto, en las promesas no cumplidas y en su amor no correspondido. Porque siempre pensaba en Sherlock, el chico de sus primaveras, el que venía después del invierno. En el Sherlock de la mirada fría pero de  corazón cálido. El de la sonrisa irónica y los miles de versos. El que la conocía toda sin saber nada. El que le rompió el corazón sin darse cuenta. En el que pensó todo el invierno. El que vendrá, tal vez, cuando llegué primavera. 

-Bree Guerra

Escrito para el blog del mes de marzo

Tienes que ir al campo a escoger las mejores flores, le dijo Marcela a su pequeño. Maximiliano tenía 3 años y sabía lo que era vivir en el campo. Desde la muerte de su abuelo, el papá de Marcela, el niño sabía que los sábados eran un día de luto para él y su mamá. Marcela, por otro lado, se sentía una mala madre por llorar cada noche después de darle un beso en la frente al que aún consideraba su bebé. Habían pasado cuatro meses desde la partida del abuelo Efraín y se sentía como si todavía fuera ayer cuando cargaba a su nieto y aconsejaba a Marcela. Sentía la joven mujer que ya era hora de emprender un nuevo camino y, principalmente, esa había sido la razón por la cual habían ido al campo a respirar aires nuevos. Un día, Maximiliano tomó la decisión de salir a jugar solo al campo. Su casa estaba prácticamente en la nada, a unos 20 km del pueblo más cercano: sólo los rodeaban sus cultivos y unas flores que ellos habían sembrado cuando se mudaban. Aunque el niño era muy pequeño, sentía la necesidad de ver a su abuelo. Marcela no se dio cuenta de que el niño se había salido unos segundos mientras ella había entrado al baño. Notó que había un rayo de sol entrando por la ventana y el niño estaba arrancando unas flores. Le volvió el alma al cuerpo a la preocupada madre y unas cuantas flores para el difunto adornaban la sala.

- Andrea Lilian Gámez Salazar

Estas nubes van a algún lado

Faltaba un mes para la primavera.
Él se asomaba por su ventana todas las mañanas y no podía evitar una sonrisa cuando veía pasar a alguna ardilla caminar por entre los árboles o a algún ave volar por encima de su casa. La llegada de la primavera, lenta, progresiva y cada vez más tardía, era uno de los pocos placeres que no se sentían limitados. Incluso la risa parecía escasear desde que la guerra había comenzado.
El pasto bajo sus pies, las coloridas flores salpicadas entre el pavimento, y el sonido de las aves sobre su cabeza eran pequeñas cosas que nadie le podía quitar. Eran cosas que no tenía que medir con un maldito libro de cupones, ni siquiera desde el año anterior, cuando el libro había cambiado de azul a un asqueroso café que siempre parecía estar sucio.
Esta era la tercera primavera que venía con la guerra y, como los años anteriores, él rezó para que fuera la última. Ya había llegado un punto en el que sentía que sólo rezaba para tener algo que hacer, para poder sentir que aún guardaba un poco de esperanza. Si era honesto consigo mismo, la esperanza también parecía escasear. Estos eran sus últimos meses como menor. Pronto vendría su cumpleaños de 18 años y con él, la posiblidad de ser reclutado en cualquier momento. La misma idea hacía que se le revolviera el estómago.
 Decidió dejar de pensar en eso, olvidar el hecho de que este podría ser el último año que pasara junto a su familia, la última oportunidad de ver la nieve derretirse y el sol traer la primavera. Un perro ladró en la distancia y él sonrió. Decidió que le vendría bien adoptar una mascota, alguien que siempre estuviera ahí con él. Tal vez no era el momento adecuado, no con el racionamiento y el estrés que su familia de por sí tenía que soportar. Sin embargo, se prometió a sí mismo que eso sería lo primero que haría cuando llegara la primavera después de acabar la guerra.
Más que nada en el mundo, deseó poder llegar a ver esa primavera.

- Elisa Norzagaray

Primavera

Con un arcoíris en el cielo, un girasol  floreciendo y el canto de aquel pájaro empezó la Primavera. El sol se acercó un poco más a la tierra para iluminarla con sus rayos. El viento sacudió su cabello y las preocupaciones que le había dejado el frío invierno. Sin embargo, aun sentía la brisa en sus hombros, podría ser la falta de abrigo o un brazo alrededor del cuello que la cubriera. Los colores, la música y los sabores de estos días parecían tener un efecto especial en todas las personas. Todo brillaba un poco más pero ella solo veía en ese reflejo los recuerdos que tenía que dejar atrás.

- Paola V. Bojorquez

Contrato Cancelado

¿Qué opinas de esta foto? Me preguntó. Luces… Extraña, no sé. Y lo hacía, lucía muy extraña. Esa foto, no era lo que me había imaginado. Y esta situación tampoco lo era. La miré unos momentos más para comprobar la foto que se encontraba en la computadora frente a mí.
Las luces brillantes, los flashazos y clics me sofocaban. Iré a fumar un cigarro, ya regreso, la dejé esperando mi comentario inconcluso mientras me dirigía hacia la puerta, podía sentir su mirada escéptica en la parte de atrás de mi cabeza. Corrí la puerta de metal dejando un espacio sólo para que mi cuerpo pasara. El penetrante calor me obligó a quitarme la chaqueta. La primavera, como odiaba la primavera. Y es que además del calor, toda mi vida parecía ir mal cuando la primavera venía. Bajé el cigarro para soltar una bocanada de humo, y al traerlo de nuevo a mi boca, se trabó con mi cinto cayendo al piso... mojado.
Frustración, no podía sentir nada más que eso en este calor insoportable que hacía que mi vida perdiera su balance. ¿Será que Dios no quiere que disfrute ni siquiera un cigarro? Será que la primavera me odia. Un contrato cancelado en una disquera y la persona más importante en mi vida realizando todos sus sueños, dejándome atrás.
Si tan sólo hubiera sabido de antemano cómo la primavera de este año sería, probablemente no hubiera dicho que sí en aquellas situaciones, ni tampoco me hubiera negado en muchas otras.
Pero realmente me pregunto si me hubiera anticipado a mi fracaso dejándolo llegar antes, o si me hubiera arrodillado frente a mis errores para intentar cambiar un poco lo que mi destino del día de hoy sería.

- Andrea Vizcaíno

Primavera improvisada

            Es primavera, y sé que todos esperan que hayan colores, flores y cosas agradables. Pero yo por mi parte prefiero vivir la primavera de manera gris. Las personas cuando vuelan muy alto suelen caer de repente y yo ya no quiero volar. Prefiero mantenerme en neutral, en el suelo, sin despegar.
            Prefiero quedarme en casa que ponerme esos tacones que me lastiman y salir con un vestido ajustado. Prefiero las cosas bien hechas, las cosas auténticas. Prefiero a la gente que hace y no a la que dice. No me gusta la primavera, pero la escojo antes que al invierno pues el invierno con todo eso de estar juntos y los mensajes de “paz y amor” ya me suena un poco hipócrita.
            Tal vez lo malo de la primavera es que no noto que mi jardín está un poco más verde. Tal vez no noto que los pájaros están felices porque yo estoy muy ocupada en no estarlo. Tal vez no disfruto el calor por prender el aire acondicionado y tal vez quiero mantenerme en el suelo porque no he subido tan alto como para que me guste estar en el aire con todo y los riesgos.

- Anna Camacho


Sueños de primavera.

El gélido frío se esfuma,
cual nubes en la noche.
Las aves mueven sus plumas
pues llegó la época del derroche.

Las calles se visten de flores
y su aroma hace que las adores.
Las criaturas comienzan a salir
pues cansadas están de dormir.

La primavera ya ha llegado
y las flores están brotando.
La primavera llega con la brisa del sol
y por la ventana entra la luz cual farol.

La primavera llega y todos cantan.
La primavera entra y con ella el amor.
La primavera se queda y los ánimos se levantan.
Se queda primavera hasta que vuelva el invierno ejecutor.



- Alan Michel Romero Diez Martínez

1 comentario:

  1. Ser y hacer siempre van de la mano. Ustedes son escritores, no porque alguien los haya tocado con una vara divina, si no porque lo decidieron y emprendieron un día una peregrinación a puño y letra. Por que decidieron ser y hacer lo que un escritor es y hace.
    Ustedes siempre serán escritores mientras sigan escribiendo. Mientras escriban siempre serán escritores.
    Sigan escribiendo, recuerden, el papel aguanta todo.
    Sigan escribiendo y serán siempre gente de jueves.

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