viernes, 3 de diciembre de 2010

Navidad

Cuatro ángeles, cuatro velas

Hay cuatro velas flotando en el cielo y cuatro ángeles debatiendo tristemente cada uno frente a su vela. Esos ángeles eran quienes cuidaban al mundo desde lo alto. Hacía frío y podía sentirse cómo el olor a canela inundaba el cielo. Paz, el primer ángel dijo: “No tiene caso que yo siga aquí, los humanos han olvidado lo que es convivir pacíficamente unos con otros. Sólo se la pasan peleando y agrediéndose entre ellos. Aparentemente, ya no me necesitan”. Apagó su vela y se fue volando por los aires. El ambiente comenzó a tornarse más frío.

Fe, el segundo ángel dijo: “La gente ya no intenta acercarse a nuestro creador, pues piensan que no lo necesitan y no hay nada que pueda hacer si quieren permanecer ignorantes”. Así que él también apagó su vela y se fue volando por los aires. Nubes negras invadieron el ya gélido cielo.

Amor, el tercer ángel dijo: “Lo siento, pero yo también he de irme. Confiaba en que alguien me encontraría, pero los egoístas humanos me han demostrado que sólo pueden preocuparse por ellos mismos. Ya me han lastimado suficiente”. Así que con un poco de duda, Amor se fue titubeante por los cielos. El frío se volvió más intenso y pequeñas manchas blancas comenzaron a llenar los cielos.

Por primera vez en esa ciudad, comenzó a nevar, a nevar como nunca se había visto en la tierra. Pero el último ángel con determinación usó todas sus fuerzas y comenzó a emplear lo que le quedaba de vida para aumentar la llama de su vela, para calentar a los humanos. Cuando estaba por dar sus últimos respiros, el ángel dijo “Paz, Fe, Amor… no pueden irse, sin importar como sean los humanos, no podemos dejarlos desvalidos”. Conmovidos por tal acto de grandeza, los demás ángeles volvieron dándole fuerza y dijeron “Lo sentimos Esperanza, nunca más volveremos a partir… nunca más. Mientras tú estés aquí, te seguiremos a donde quiera que vayas”. Al ver esto Dios, en su infinito poder, concedió a Esperanza el don de la eternidad. Pues mientras existan los humanos, la esperanza jamás podrá dejar de existir.


-Alan Michel Romero Diezmartínez


R
emembranza

Miro el segundero del reloj de mi sala girando, no sé si en espera de que llegue el tan ansiado día o añorando lo que fueron -alguna vez- mi casa y mi vida. Todo pasa lentamente por mi hueca y deteriorada mente. El sonido más estruendoso, ése que jamás he vuelto a escuchar.

Íbamos en el auto mientras la nieve nos cobijaba, creaba un ambiente –irónicamente- cálido y hogareño, pues se acercaba la Navidad. Todo era risas, un constante jadeo por parte del perro, los niños gritando y yo, mirando a aquella mujer que todo me dio: amor, cariño, palabras de aliento y, claro, esas dos hermosas criaturas que aún escucho susurrando por las noches. Sentí que algo pasaría pues, tanta perfección no podía perdurar. Tuve la necesidad, la urgencia de gritarles un “los amo” que retumbó en el automóvil. No sé si fue lo correcto. Lo que sé, es que lo hice justo en el momento indicado.

Pienso que las cosas pasan por algo. Tuvo que suceder en ese momento para reinventar mi vida, volver a ser como era antes de que –ella y ellos- llegaran a mi vida: un simple ser humano que no vive, sobrevive y cuenta los días en espera del momento en que llegue su muerte. Unas luces nos cegaron y no supe más allá. Cuando desperté, unos paramédicos me llevaban en una ambulancia al hospital más cercano al mismo tiempo que se lamentaban de lo que había sucedido y decían: “Pobre hombre, ya no tiene más familia y le pasó justo hoy, en la víspera de Navidad”.

Hoy me siento a ver la nieve cayendo como plumas heladas que se amontonan en el piso, que son tomadas por niños que las hacen pelotas con sus manos para jugar “guerras”. Miro el segundero del reloj de mi sala girando, no sé si en espera de que llegue el tan ansiado día de reunirme con ellos o añorando lo que fueron –alguna vez- mi casa y mi vida. Todo pasa lentamente por mi hueca y deteriorada mente.

- Andrea Lilian Gámez Salazar


EL MANZANO

El otoño había terminado demasiado rápido, y ahora los primeros copos del invierno caían sobre el jardín impidiéndole ver aquel manzano que tanto le gustaba. Aquel manzano que su padre había sembrado para ella con mucho esfuerzo. Pero ahora eso no importaba. Estaba contenta. Realmente contenta. Papa vendría. Después de tanto tiempo. Vendría. -Verás que en Navidad volveré contigo y estaremos juntos para abrir nuestros regalos- Eso había dicho. Y Lidia sabía que su padre jamás le mentiría.
Habían pasado tres años desde la última vez que Lidia vio a su padre. Tres inviernos. Tres navidades. Tres esperas eternas. Lidia vio como su madre con lágrimas en los ojos le había dicho que ya no esperara a su padre. Que había muerto en batalla. Que él no volvería y que debía aceptarlo. Pero Lidia no prestó atención. Ni siquiera se sobresaltó cuando su madre le dio aquella terrible noticia. Ella sabía que su padre volvería, que abrirían los regalos y que todo volvería a ser como antes. Ni su madre, ni el soldado que había traído la mala noticia podrían convencerla de lo contrario.

La nieve cubría cada vez más el manzano y Lidia comenzaba a impacientarse. Si su padre no se apresuraba, no alcanzaría a comer el pavo que su madre preparaba para la noche buena con una sonrisa fingida, dándole ánimos a Lidia aunque ella sabía que su esposo no volvería. Sería imposible que volviera. Aun así durante estos tres años la madre de Lidia había servido tres platos en la mesa con la esperanza de que el tercer lugar se ocupara.

Lidia seguía esperando. Día y noche observaba cómo el manzano se cubría de nieve, recordándole que la Navidad se acercaría y con ello su felicidad o de nuevo la decepción. Pero Lidia no perdía los ánimos. -Papá vendrá. Él nunca me ha mentido.- Se repetía una y otra vez conforme la nieve caía.

Había llegado Noche Buena y ahora Lidia no podía observar ni un solo rastro del manzano, parecía que el manzano contaba ahora con un abrigo blanco.
Lidia se sentó a la mesa y observó la mirada llorosa de su madre. –No te preocupes mamá, papá no tarda.- Le dijo sonriendo a su madre, aunque Lidia comenzaba tener un sentimiento de tristeza que no podía evitar, pero al menos ocultaba tras su sonrisa.
Pasaron un largo tiempo esperando en la ventana hasta que la madre de Lidia decidió irse a dormir, era inútil esperar y también fui inútil convencer a Lidia de irse a dormir. Lidia no se detuvo. Siguió ahí. Esperando un milagro hasta que su cuerpo no pudo más y se quedó dormida.

La despertó una voz familiar. Su corazón latía demasiado rápido sin que supiera porque y cuando miro por la ventana, ya no había nieve. El manzano había vuelto y su padre también. Finalmente sus ruegos habían sido escuchados.

- Bree Guerra


El Falso Santa


El bigote pica un poco, con la barba no tengo problema, pero ya no aguanto el bigote. Bueno, el bigote y la barba blanca en conjunto con el clásico gorro rojo deberían ser suficientes para el trabajo.. ¿no? No. Le hace falta algo, un toque personal, algo mío, espera… ¿Cómo no se me había ocurrido? ¡Mis lentes oscuros de aviador! Eso debería bastar para que no me reconozca nadie. Estoy un poco nervioso, nunca había hecho esto, pero ya lo he razonado por mucho tiempo, y todo apunta a que es una buena idea. ¿Alguna vez se han puesto a pensar que la época navideña no solamente es la época más feliz del año, sino que también es en la que casi toda tienda esta vacía, y por ende, llena de dinero?. Llevo pensándolo un tiempo, me tomó el año entero prepararlo todo, bueno, más bien decidirme, que asaltar un supermercado medio vestido de Santa Claus, se tiene que planear con anticipación. Ya estalló uno de los carros en el estacionamiento. Eso me indica que ya es hora. El auto en llamas, y los que estaban por estallar, deben mantener ocupados a los guardias un rato, o hasta que lleguen los bomberos, tiempo suficiente para entrar y salir. Repaso el plan en mi mente mientras monto el cartucho de la pistola. Bajo de la van decidido, y entro al supermercado y disparo al aire, pienso para mi mismo: “Sí que será una feliz navidad”.


- Luis Alfonso Puente


¿Qué pasara con nosotros esta Navidad?


Estaba a punto de comenzar el mes de Diciembre, y me encontraba en la cocina lavando platos de color rojo y verde con un pino decorado pintado en el centro. Todo lo que ha pasado este año, quizás no hubiera valido la pena, si no fuera por las pocas cosas buenas. Esta Navidad, no espero que sea como ninguna otra. No tengo idea de dónde vamos a festejarla o con quien, pero en fin, todavía falta un poco de tiempo para eso. La casa se encuentra tan sola sin él aquí, que ya no se siente como un hogar. Pero, en vez de concentrarme en todo eso, intenté recordar una Navidad… una buena, para olvidarme de los problemas: me encontré sentada en el salón de clases, días antes de salir de vacaciones, en el segundo salón a la derecha del primer pasillo. Le pertenecía al grupo de 2do B de primaria. Una niña del salón alardeaba cómo ella sabía que Santa Claus no existía, que sus padres eran quienes le entregaban los regalos cada año. Obviamente no creí que fuera cierto, pero algo en mi lo dudaba. Así que, como con todo otro cuestionamiento, fui hasta mi mamá y se lo pregunté muy seriamente. Ella contestó que como aquella niña se portaba tan mal, que Santa Claus ni si quiera le traería carbón, sus padres tendrían que darle un regalo aquel día. Algo no cuadraba, yo conocía a mucho niños más que se portaban mal, y ninguno de sus padres le compraba juguetes. Así que ese año, decidí ponerle un reto a aquel señor vestido de rojo y con una barba tan blanca como la nieve. Pedí algo que ninguno de mis padres estaría dispuesto a comprar: lo único escrito en mi carta, era que quería un perro. Puse el papel en el árbol de Navidad y cuando un día desapareció, estuve satisfecha. Ese año lo pasamos con mi abuela, la madre de mi papá. Volvimos tan tarde que no recuerdo haber llegado. Por la mañana corrí hasta el árbol y mis ojos no pudieron creer lo que estaban viendo. Mientras mi mamá (quien odiaba a los perros) estaba dormida junto con mi papá, (a quien le rogué el año entero por uno), yo estaba parada, inmóvil, y con los ojos como platos, frente aquel árbol de navidad. Debajo de él se encontraba una pequeña casita de tela y dentro estaba el mejor regalo de Navidad, obviamente Santa Claus, existía. Cuando me enteré que todo era “una ilusión”, como lo llamaba mi papá, no me decepcioné, más bien, me sentí orgullosa de mis padres, quienes me habían hecho creer algo que los papás de aquella niña no habían podido. Así como esa Navidad volví a creer en un personaje que en la vida real no existía, en estos momentos necesitaba una persona que me hiciera creer, que algunas cosas, como el amor y la familia, sí son para siempre. Tal vez algún día la encontraré. Mientras tanto, sólo queda esperar a que alguien conteste la pregunta que últimamente da vueltas en mi cabeza… ¿Qué pasara con nosotros, todos, esta Navidad?

- Constanza Duarte


Randolfo

Había una vez, un pequeño oso llamado Randolfo. Él vivía en un bosque al norte de una villa cálida construida al pie de una montaña. Randolfo era un poco especial y lo sabía. Era blanco como la nieve, que cubría delicadamente las ramas de los pinos en invierno, a diferencia de sus hermanos y padres que eran negros como la noche. Durante todo el año, sus hermanos le ganaba a jugar a las escondidas, porque era un blanco fácil entre los arboles del bosque. Randolfo siempre deseó saber por qué de las diferencias entre el pelo de él y sus seres amados. En repetidas ocasiones trató de cambiar su color nadando en fosas de lodo, pero las mismas lluvias que hacían aparecer el lodo en el piso eran las que lo lavaban y lo dejaba incluso más brillante que antes. Una noche, cuando el frío del invierno empezaba a recrudecer, escuchó unas melodías fantásticas que provenían del pueblo. Sin hacer mucho ruido decidió caminar hacia el pueblo, anduvo unas pocas millas antes de encontrar la fuente de esas maravillosas melodías. Detrás de unos arbustos, Randolfo observó a un grupo de humanos que iban cantando de puerta en puerta esa música que le parecía celestial. Caminó un poco más y llegó a un lugar que antes no solía estar ahí. Era un sitio improvisado con una carpa colorida. Los humanos de ahí también festejaban alrededor de un pino que habían decorado con luces de mil colores. De repente vio algo totalmente increíble, en una jaula estaba una familia de osos blancos que tenía un cachorro negro. Se acercó pensando mil cosas, ¿podrían ser ellos sus verdaderos padres? ¿Aquel pequeño cachorro negro sería el verdadero Randolfo?, cuando estaba en las proximidades de la jaula de aquella familia decidió regresar con aquellos osos a quienes amaba y siempre había llamado su familia. En el fondo sabía que las respuestas a todas sus dudas podrían estar en aquella jaula, pero también sabía que las respuestas solo le traerían dolor. Desde aquel día dejó de quejarse de su color. A final de cuentas, en invierno, no había quien lo encontrara tirado en medio de la nieve.

- Jorge Luis Ramos Aviles


“Navidad. Te siento.”


Sentada contemplando la felicidad y los colores en las calles quiero contar mi historia de navidad. Sé que muchas historias han sido contadas ya, pero creo que es necesario que yo cuente la mía.

Recuerdo cuando creía en lo que me contaban mis padres, cuando la magia era parte de mi vida, las sorpresas abundantes y las sonrisas líquidas. Después comenzaron a suceder cosas extrañas, cambios en mi familia y en mí misma. Mis primos, ya no eran aquellos pequeños niños que jugaban a los carritos y a las muñecas. Mi abuela fallece. Mi prima de diecisiete se casa. Mi tía intenta quedar embarazada por diez años y cuando lo logra su marido contrae cáncer y en poco tiempo fallece.

Ahora llegas tú navidad y nos exiges dar amor, regalar, compartir, adornar nuestras casas y sonreír. Esto es inexplicable, es como ir a una iglesia y ver que todas las personas tienen fe pero tú no, o como cuando alguien cuenta un chiste y todos mueren de risa pero tú no puedes ni fingir media sonrisa.

Pero yo sigo aquí sentada, contemplo a esos niños jugando, veo cómo las personas compran desesperadamente regalos y trato de adivinar para quiénes son. Camino a casa a pesar del frío y pienso que todos tenemos nuestros problemas, que el mundo está hecho para que nos equivoquemos… que para eso existen los días, para pensar que mañana podremos mejorar lo que hicimos mal el día de hoy. Qué bueno que pasan cosas importantes en mi vida, así puedo escribir con más inspiración, puedo describir sabores dulces y amargos. Navidad, te siento en todos los sentidos. Sé que estás aquí no sólo por el frío y, a pesar de ya no ser aquella niña que soñaba con sus regalos debajo del árbol, sigo sonriendo. Sigo pensando que alegras la vida hasta del más miserable, y que quiero que la gente sepa que ningún problema es tan grande como para acabar con lo que uno es.

- Anna Isabel Camacho Castro.


Una noche en noche buena

Era una noche fría, de un invierno sin igual,
tenía roja la carita, era helado el respirar.
No era un día como todos y eso ella lo sabía
Pero a pesar de los problemas, su esperanza crecía.

Toda la noche había viajado, por la inmensa ciudad.
Y a pesar de ser noche buena, no encontraba nada de caridad
¿Por qué siempre pasa eso? Pensaba ella.
Si Dios lo dio todo, por qué nadie se compadecía.

A pesar de todo, aún tenía su esperanza,
y unos hermanitos esperándola en casa.
El reloj dio las once, con un cuarto de más…
Ella pensó, que era tiempo de regresar.

Sabía que al regresar con nada, habría caritas de tristeza,
pero si no llegaba a las doce, la decepción sería inmensa.
La recibieron en su casa, llena de sonrisas.
Y a pesar de no tener nada, acogieron la navidad con alegría

Mientras unos tiraban dulces, ella de hambre moría.
Y se ocultaba, en su corazón, una gotita de tristeza.
Ese día no comió nada, ni tampoco su familia.
Pero, de que otra navidad vendría, seguían con la esperanza

- Lourdes Patricia Ramos Corrales

viernes, 29 de octubre de 2010

El Miedo

"Anonimo"

Cuando eres niño, toda tu infancia imaginas qué serás de grande.
Eso miedo me da pensarlo ahora,
Pensar que todas las cosas importantes que imaginé nunca se hagan
realidad,
que los sueños en los que confiaba plenamente no sean posibles,
que llegue el día en que me arrepienta de mis d
ecisiones,
que me mire en el espejo y no vea ningún rastro de la de antaño...
Peor
aún, que no me reconozca.
Vagar por la vida siendo nadie, encontrándome con nadie, buscando
a nadie,
no llegar a ser el mundo para alguien,
no llegar a ser la niña de los ojos de alguien,
que sólo sienta las mariposas en el estómago por alguien en mi imaginación, y al final de cuentas ese “alguien” es nadie.
Eso me da miedo.
Vivir en el anonimato,
mirando a los ojos a los extraños intentando ver mi reflejo en ellos,
para ver a través de otra persona cómo me miran los demás,
porque cuando la oscuridad venga por mí y me lleve a lo profundo,
me da miedo pensar que mi alma vino al mundo en vano, que no dejé marca:
como el anónimo que escribe poemas,
como el tímido que manda cartas de amor,
como el desconocido que hace un buen gesto,
como el extraño que murió por lo correcto,
como el anónimo que aparece en los libros de historia detrás del héroe.
Eso me da miedo.

Aranzazú Payán López


Nunca me voy a alejar de ti
Tu mirada sigue siendo la misma, fría y profunda, tan profunda que parece que me observas fijo a los ojos. Pero ya no importa, para alguien como yo, eso ya no importa. Es como sentir y no sentir.
Siempre fuiste una persona seca. Parecía que nada te gustaba, observabas a los demás con esos ojos vagos, como mirando sin mirar. Creías que eran poquita cosa, sólo eran otros, otros cuyas patéticas vidas no turbaban tus pensamientos. Hasta que llegué yo. Y por primera vez en tu vida observaste fijamente a alguien, alguien te hizo sentir curiosidad: yo.
Llegué al orfanato después de la pérdida de mis padres. Estaba devastada, pero no podía demostrarlo. Debía seguir adelante pasara lo que pasara. Y sonreír. Tú, en cambio, no conociste a tus padres, nadie te mostró amor alguno en ningún momento y por eso, el mundo no te importaba.
No lo entendías, no entendías el porqué de mi sonrisa, de mis ojos azules como el mar y de mi cabello brillante como el sol. Porque así fui, hermosa, feliz y optimista. Yo representaba las cosas que odiabas, mi presencia te repugnaba y hacia erizar hasta el último vello de tu cuerpo. No sabías por qué, pero tenías miedo, por primera vez en tu vida, tenías miedo.
Tal vez esto fue mi culpa, porque aunque al principio me asustabas. Quise saber de ti, hasta cierto punto me importabas, y no sabías cómo reaccionar ante los sentimientos que se encontraban en tu ser, en una lucha constante, el odio y el amor. Sí, también amor. Porque yo fui la única que alguna vez te amó, que te dio el cariño filial que nadie te había dado. Pero fue el odio el que venció, no sólo tu odio hacia mí sino todo ese odio que, con los años, habías llevado contigo. Pero, ¿Era realmente necesario hacer lo que hiciste? ¿De esa forma?
Te veo desde las sombras, estás ahí viendo hacia al horizonte, ¿o viéndome a mí? No lo sé, estás esperando el tren y la lluvia corre por tus mejillas, y no sabes si es lluvia o es llanto. Pero no puede ser llanto, no, tú no lloras. Tú no sientes, tú no eres como los demás. Tú no necesitabas de nadie, y por eso querías deshacerte de mí. Querías estar sola, querías que me alejara, querías dejar de sentir esa explosión de sentimientos en tu ser, sentimientos que no comprendías pero que sentías con una fuerza tan grande que necesitabas sacarlos. La única manera, era aniquilándome, tenías que hacerlo, no importaba cómo.
Y lo hiciste. Esperaste a que yo durmiera. Entraste a mi cuarto. Me viste reposar tiernamente en mi cama y escuchaste mi respiración como una suave melodía en tu oído. Y me odiaste más. Y no pudiste soportar verme, tan dulce, tan pequeña y frágil. Y lo hiciste. Me mataste. Tus manos temblaban pero no se detuvieron, desperté por el dolor de la navaja insertada en mi piel. Me oíste gritarte que pararas, que era tu amiga, que no lo hicieras. Pero no paraste. Seguías clavándome el cuerpo sin inmutarte y poco a poco me fui consumiendo. Ni siquiera te detuviste a observar lo que me habías hecho. Yo no volvería a molestarte.
Sigues esperando el tren, y me acerco hacia a ti. Tus ojos me notan y tu cuerpo se paraliza, vuelves a tener esa sensación de antaño, ¿Miedo? No, tú no tienes miedo. Tratas de convencerte de eso pero tus latidos aumentan sin que puedas hacer nada. Te sonrío, me siento a tu lado y susurro tu nombre. No te preocupes, he vuelto y nunca me voy a alejar de ti.

Bree Guerra


Cáncer
La casa empezó a oler a sabanas sucias y polvo después de las primeras semanas. El olor no me molestaba, pero tampoco me agradaba. Miles de días me despertaba y me decía a mí mismo: “Hoy las lavaré, hoy las lavaré para que ella no tenga que lavarlas”. Pero nunca lo hacía. Siempre tenía algo qué hacer: ir por algún medicamento, hacer una cita con el doctor o simplemente atenderla a ella. Sobraba gente que me dijera que contratara a una enfermera para que me ayudara, para que tuviera una vida para mí mismo. Yo siempre les decía: “Con todo respeto, ya tengo una vida. Ella es mi vida”. Yo la amaba, ella era mi mundo. Sus deseos eran mis órdenes. Yo sabía que no era un experto en atender personas, y menos a alguien en su condición. Pero hacía lo mejor que podía, aunque no fuera mucho. Y muy dentro de mí sabía que estaba haciendo lo correcto. Recuerdo cuando me lo dijo. Me lo dijo como si fuera la cosa más linda de todo el mundo, aunque yo sabía que era lo peor: “Querido, me estoy muriendo”. Esas cuatro palabras fueron suficientes para destruir mi mundo y las odié por eso. Estábamos completamente bien hasta que llegaron esas cuatro palabras, pero con el tiempo empecé a entenderlas. Ésa era su naturaleza, como la naturaleza que destruía el cuerpo de ella. Los doctores decían que había esperanza, que todo dependía de su cuerpo y de la cirugía. Nos recomendaron el tratamiento común: unos meses de quimioterapia y luego cirugía. Aceptamos sin preguntar nada. Llegábamos siempre a las ocho en punto. Nunca perdimos una cita. Todo iba bien y eventualmente se programó la cirugía. Fue a las siete de la mañana del siete de julio. Todo estaba listo y yo estaba tan asustado. Temblaba, sudaba a litros y había perdido la cuenta de las veces que había vomitado. Pero como siempre, ella encontraba las palabras para calmarme. “No te preocupes querido, todo saldrá bien”. “Está bien” —le dije— “te veré en unas cuantas horas”. Nunca la volví a ver. Mi padre eventualmente se enteró de lo que había pasado y fue al hospital.
Cuando por fin me encontró, me dijo “hijo, ¿estás bien?”. Lo miré y le respondí “Papá, acabo de perder a la persona más importante en mi vida, acabo de perder a mi madre, ¿tú crees que estoy bien?”
“No” —me respondió— “no creo que estés bien”
“Buena respuesta”.

Gerardo Salomón Abitia




Miedo
Tengo miedo, los gritos de dolor y pánico se escuchan por todas partes, no estoy seguro en donde estoy, y no sé a dónde voy. Dejé de pensar hace rato, desde hace cuatro horas que solamente sigo mis instintos, hace cuatro horas que la ciudad entera entró en pánico.
Estaba en casa de un amigo, llevaba ahí todo el día. Ya era cerca de media noche cuando escuchamos la primera explosión. Todavía no salíamos del departamento, cuando el estallido de la segunda explosión nos ensordeció. No sé si hubiese sido más grande que la primera, pero definitivamente fue más cerca. El edificio de al lado estaba en llamas y, unas cuadras más delante, entre la nube de escombros, la gente corría, empujándose los unos a los otros. La gente caía y nadie los levantaba. Algo estaba pasando, y no sabía qué era. Dejamos de pensar, empezamos a correr. Se escuchaban explosiones por todos lados, mi aliento se acaba y me tiemblan las piernas. Pero no me detengo. Hasta que un estruendoso destello cálido me tumba, hay sangre sobre mí, no estoy seguro si son heridas que aún no siento. Me vence el cansancio y ya no me puedo levantar.
Abro los ojos, mis ojos nublados alcanzan a distinguir que en mi reloj, que de alguna manera sigue funcionando, ya son las tres y media. Y yo soy la única persona que sigue viva. Intento levantarme para buscar refugio, cuando un dolor agudo me retuerce, mis piernas sangran y levantarme se siente imposible. Una lágrima recorre mi cara. Tengo miedo. Los gritos de dolor y pánico se escuchan por todas partes.

Luis Alfonso



Reflexiones del ayer
Me gustaría poder decir "yo lo sé todo", pero en realidad estaría mintiendo si lo dijera. Me gustaría poder describir todas las hazañas que realicé como el héroe que llegué a ser, pero no puedo. No puedo decir que sobreviví los horrores que plagaron lo que alguna vez llegó a ser una de las ciudades más poderosas del mundo, porque en realidad me es imposible.
En verdad, sólo puedo decir que soy uno de los cientos que se escondieron bajo la mesa. El miedo puede hacerle eso a una persona. Sé que ellos siguen en algún lugar, tal vez intentando dejar algo de su historia igual que yo lo estoy haciendo. Tal vez sólo planean esconderse, avergonzados por el miedo. Yo no lo estoy... no en realidad.
El miedo fue la razón de todo este lío. Fue el miedo a la ruina lo que llevó a las personas de la ciudad a buscar ayuda en algo que no podían empezar a entender, fue el miedo a lo que podría pasar lo que los hizo intentar detenerlo. Por eso, yo no entiendo de qué manera debería avergonzarme por tener miedo a pelear contra ello. Sabía de qué forma terminaría. Sabía que no había forma de evitarlo. Protegerse uno mismo es una necesidad humana, así que en realidad no hice nada malo.
Desearía poder decir que lo sé todo. Desearía poder contar todo lo que pasó en aquellos días en los que el único hogar que conocí se convirtió en una pila de escombro. Me gustaría poder escribir algo que hiciera que la memoria de todas esas personas no sea olvidada. En verdad me es imposible, y aunque eso es algo que podría avergonzarme, no lo hace. Meses de miedo interminable le hacen eso a una persona.

Elisa.


-Sin Nombre-
Estás aquí preguntándote si lo que has hecho es suficiente, si las lágrimas que has derramado no sólo han sido en vano y una sonrisa vale más de lo que parece. Tú bien sabes que no conoces tu camino y eso te atemoriza.
Hace tiempo el atardecer era más bello y las noches más estrelladas pero no te importa eso, no te molestas en verlo.
Tu vida es rutinaria, podrías conocer tu futuro porque sabes que lo hiciste ayer. Sin embargo tratas de cambiar y las cosas no resultan como esperabas, prefieres volver a lo que sabías, ¿temes perder tu patrón?
Para ti hoy el mundo ha perdido su gracia, el encanto que lo llenaba cuando eras niño. Pierdes tu tiempo en prisas y paredes que temes derrumbar por pura comodidad.
Todos te dicen que tienes que hacer lo correcto y tratan de moldearte, quieren que seas igual a ellos: tan gris y aburrido. Tú lo permites sin darte cuenta pero has pensado que, tal vez, quien eres no eres verdaderamente tú.
Ni siquiera amar cambia las cosas, el beso en la mejilla ha perdido toda la magia y sabes que pocas veces la miras, no quieres perderla ni tenerla ¿Por qué no dejarla ir? Tan mal está extrañarla, de esa forma puede que vuelvas a pensar en ella.
Hay tantas dudas en tu cabeza, preguntas sin respuesta, ideas que ansías realizar pero las dejas. Crees que lo que crees es incorrecto y a veces hasta un poco alocado. ¿Qué ironía no? Lo que no sabes es que si tú no conviertes tus sueños en realidad nadie lo hará y se irán, desaparecerán como tu nombre que se borra de la historia porque nunca te atreviste a mostrar lo que tenías.
Temes al día en que envejezcas y te arrepientas de todo lo que hiciste, de las decisiones que tomaste y llores, llores porque el tiempo se te fue y no lograste hacer nada con él y en fin llegues a ser otra persona que poco a poco se perdió en la obscuridad.
Pero aún así tienes que creer en ti, en que tú puedes. Puedes demostrar quién eres por eso tienes que dejar de tener miedo y salir, salir de tu mente y mostrarles a todos lo que puedes hacer, gritar tus sueños más disparatados y las experiencias que te dejaron marcado. Hoy todo será diferente porque caminarás por tu vida sin temer a caerte.

Paola Valeria



Piso 13
Después de algunos meses de buscar un hogar temporal, encontré el departamento, pero no sabía lo que me esperaba.
Me observaba con sus ojos azules, de un azul que ni un cielo de tormenta tiene. Sonrió. No entendí porqué. Siempre me veía con ese deseo, el deseo de tenerme junto a él. Pero nunca por amor. El cuarto estaba totalmente oscuro, el frío recorría mi piel. Ellos me habían advertido, me dijeron que ese no era lugar para mí. Nunca fui supersticiosa, pero ahora, me arrepiento de no haberles creído. Desde que llegué, me dijeron que me alejara de este piso. Comenzaron a llenar la habitación, un escalofrío recorrió mi cuerpo entero. Sentí un roce en mi mano y salté. Volteé y lo vi tan cerca. Tan cerca que si respirara sentiría su aliento en mí. Me sentí sofocada con todo ese frío. Sentí un calambre en las piernas, que poco a poco inundó mi cuerpo hasta que me consumió. ¡Caí al suelo! Sentí el dolor invadirme mientras mi alma se desprendía de mi cuerpo, de lo que había sido parte siempre. Y sabía mi deber, debía quedarme ahí a advertirles, a decirles que el piso 13 estaba fuera de la lista, a menos, claro, que quisieran un hogar para una eternidad.

Constanza Duarte

sábado, 24 de abril de 2010

Realidad

Sueño

Soñé que soñaba. Que despertaba. Que dormía.

Soñé que vivía.

Soñé que el día era noche, y que la noche era día. Soñé con fantasías, y también con realidades. Soñé y soñé, perdí nociones, direcciones y razones.

Lo perdí todo, excepto las ganas de soñar.

La realidad se volvió un mundo difuso, extraño. La percepción distorsionada, engañadora. Los sentidos confundidos, palpando lo incierto.

Viviendo en una realidad que no era real, divagando y navegando, olvidé lo que debía de recordar. Y nada me importó…

Mi realidad es un sueño,

En los sueños está lo que busco, y lo que busco lo encuentro sólo en los sueños

¿Es lo real lo que existe? ¿O existe lo que se quiere ver?

Maricruz Castañeda Lafarga


La realidad es algo que pocos podamos soportar y observar

¿Por qué es preferible soñar? Cuán terrible es darse cuenta de la realidad. Te hace despertar y gritar. He ahí la realidad.

De día y de noche ¡Qué tormento!, es para colgarse, poco importa quién te acompañe, la soledad es la realidad, un desconsuelo, te hace el alma pedazos y la esparce por el suelo, tanto así es un sufrimiento. Es tan triste la realidad, y tan grande la soledad, te aísla a la fantasía para no enfermarse de realidad.

¿Pero cuál es fantasía y cuál es realidad?

Realidad ¿Cómo saber si es despertar y dejar de soñar? Un sueño no es menos real por ser sólo soñar, sólo es realidad que no todos tienen valor de penetrar. Realidad ¿Es lo que todos los días vemos nada más? ¿Es crear o soportar? Es ¿Luchar o esperar? ¿Realidad dónde estás?

Realidad, un concepto de la más pura relatividad.

¿Cuál es tu realidad?


Sandra María García Retamoza




Realidad ¿En esto te has convertido?, en alguien temible para los soñadores, la amenaza para los niños de “¡Cuando crezcas entenderás!” ¿Por qué has dejado de ser comprensiva y amable, dulce y cariñosa?, ¿Por qué? ¿Qué has ganado?, ahora impones y no de una manera agradable, ahora debemos soñar de contrabando y pretender no hacerlo… No nos vayas a atrapar con sueños en el aire, que no llegue a parecer que soñamos. Una prisión racional, donde mandas con miedo cual dictador, sólo para mantener tu imagen de poder. Deja que los soñadores sueñen, que vuelen…


Paola Tirado Torres



Y entonces sucedió, en un desierto partido por la mitad, de un lado el sol ardiente de la tarde donde un lobo le aullaba al dios Apolo y del otro el firmamento estrellado donde un gallo le daba su cántico a Artemisa. Por ahí pasaba una caravana de guitarras y trompetas que llevaban a sus mariachis de la mano, la Catrina que mandaba sus besos a diestra y siniestra emanando vida a su alrededor, los niños que regañaban a sus papás por jugar al balero antes de comer, y el águila y la serpiente jugando ajedrez mientras tomaban la panacea de los agaves azules. El grupo cruzaba semejante trayecto en busca de su tierra prometida, entre confetis de mil colores, con pitos y flautas que con sus cánticos alababan a su rey, que vestía su bizarría con una máscara de arlequín y una corona de papel, símbolos del poder que le había conferido su Dios. El desfile siguió, hasta romper el borde del horizonte, donde de un lado se hacía el crepúsculo y del otro el amanecer, se hizo un punto y después no estaba.


Rafael León Verdugo.



Realidad

El futuro es el presente, el presente es pasado, y el pasado son aquellas memorias que atesoramos durante nuestra existencia. Ver un cielo azul. Oír mi respiración, el entrar y salir una y otra vez. Mi vida, mi mundo, mi realidad, mis memorias. Comprendo, puedo entender ahora sus palabras, puedo entender el miedo a ser olvidado, puedo comprender por qué cada vez que se olvida hay un profundo sufrimiento. Todo está hecho de recuerdos, una vida de felicidad, tristeza, miedo, una inmensidad de emociones, una infinidad de sensaciones y siempre en busca de la misma felicidad pero siempre cubierta y rodeada con un fino velo de seda donde podemos ser engañados por el dulce sabor de la venganza, el suave toque del placer, la vana sensación del poseer, sensaciones, emociones que nos hacen perder el camino y vivir en una realidad falsa, un mundo irreal. Confundidos, perdidos ¿Cuál es la razón? Cuál es la verdad, nuestra realidad, nuestro mundo está hecho a nuestro saber y comprender. Esa es la realidad, al menos hasta que descubramos la mentira, porque para todos en el mundo, el reflejo, puede ser tan real como el que pisas hasta que te dicen que es una mentira. El futuro es el presente, el presente es el pasado, y el pasado son aquellas memorias que atesoraremos durante nuestra existencia, en busca de la felicidad que sólo nosotros podemos darnos. Esa es la vida, esa es nuestra realidad, esa es la forma en que nuestro mundo funciona. Sin importar qué realidad sea, un futuro remoto, un pasado ancestral, un mundo fantástico. Simplemente son las mismas reglas, siempre los mismos objetivos. La realidad es el vivir, sentir y caminar, dar vuelta a la página una vez más, no quedarte con el sable en el pecho y continuar aquí o allá. Nuestra cruda realidad.

Yadimir Covarrubias Beltran



Un cuento llamado realidad

Erase una vez una joven niña que solía vivir en un lugar que nadie conoce, a menos que vivas ahí. La vida es simple, ella va a la escuela, juega con sus vecinos y tiene varios amigos. Lo que ella no esperaba era que su amada madre vivía con algo en su interior, y este algo no era bueno, la estaba matando lentamente, poco a poco. Cuando lo supieron, ambas hicieron todo lo posible para sacarlo de sus vidas. Pero no lo podían lograr con un hechizo, ni luchando contra un monstruo, ni pidiéndolo como deseo a un hada madrina, tampoco deseándolo con todo el corazón, y lo sé, ellas lo hacían. Juntas emprendieron una gran jornada, con ayuda de mucha gente, con sus amigos y familiares; pero al final fue una jornada que sólo una de ellas pudo terminar. No bastaron los rezos, no bastaron las súplicas, su príncipe azul no pudo venir a salvarlas. Porque en ese lugar tan lejano esas historias son contadas pero no vividas. No hay magia que te salve y no todos los finales son felices. Porque en su mundo llamado realidad, las historias no son de cuento.


Lourdes Patricia Ramos Corrales



Mi vida es mi realidad

El trabajo de este día resultó agotador. Nos hicieron movernos de oficina. Escritorio, sillas, cajas y papeles habían llegado a ese cuarto de manera desordenada. Todo parecía estar fuera de lugar, incluso yo mismo me sentía así, pero eso era normal, ni me inquietaba ni me emocionaba. Los últimos años habían pasado tan lento. Estar en ese trabajo no era precisamente lo que yo quería. Entré en esta empresa con la promesa de superación, de poder aspirar a un puesto donde ganaría lo suficiente como para poder pagar el auto, la casa, los servicios, el colegio de mi hija y mantener a mi esposa fuera del trabajo. Entre los libros y papeles encontré el boleto de una película. No sé cómo eso llegó ahí, pues era bastante viejo. Apenas se distinguía la fecha, de hace ya varios años, poco antes de casarme. De pronto empecé a recordar mi soltería, mis amigos, las fiestas y borracheras. Era tanto tiempo libre que no hallábamos cómo gastarlo. Tenía una banda, todos los días ensayábamos. Al principio, claro, éramos un asco, pero la práctica hace al maestro. Yo soñaba con tocar en un auditorio de una gran ciudad y ver alrededor gente gritando, afónica y cantando con gran emoción nuestras canciones. Esa realidad estaba muy lejos de lo que tenía hoy, ahora era un hombre de familia y me había casado con mi novia Cristy. En ciertas ocasiones sentía que vivía por vivir y hacía las cosas porque debía hacerlo. Al terminar el trabajo, llegué a la casa, desabroché mi corbata, me quité los zapatos y me acosté en el sillón. Una niña se abalanzó sobre mí y me besó la frente. Eso y el olor a comida interrumpieron mi siesta. Mi esposa nos miró con ternura y preguntó si queríamos comer. Entonces comprendí que ésta era la mejor realidad.

Miriam Moya



Porque te amo

Hay historias que te rompen el corazón. Historias que llegan sin ningún aviso de su llegada y te rompen el corazón. Historias que llegan con el martillo más grande del mundo, aplastan tu corazón en mil pedazos y te dicen con una gran cara sonriente “Es todo tuyo”. Esto le pasó a una chica normal como cualquiera que se dedicó a leer un libro llamado “Y al final la princesa se quedó sin caballero” era un típico libro acerca de rescatar a una doncella en apuros. La joven se pasó tardes enteras devorando el libro. A toda hora podías verla leyéndolo. No era grande ni chico, sólo era complicado y en partes donde cualquier persona lloraría, ella no lo hacía. Porque era fuerte, porque ella sabía que era muy probable que lloraría pero aun así lo leyó. Pero todo esto cambió cuando llegó al final. El final en donde todos los corazones se rompen. Era algo así:

“… Y después de que el caballero venciera al terrible villano, usó un último aliento para acercarse a su doncella. La doncella en lágrimas le dijo a su moribundo caballero: ¿Por qué? Y el caballero en su último gramo de fuerza le dijo lo único que podía responder: Porque te amo.”

Y así fue como empezó a llover en la almohada de la chica. Sí, algunas historias te rompen el corazón.

Gerardo Salomón Abitia



Quisiera creer.

Realidad, tonta y aburrida realidad. ¿Qué es lo que nos gusta tanto de ella?, ¿Por qué estamos tan resignados a vivir en ella? Uno no siempre quiere vivir en su realidad. Todos alguna vez quisiéramos que todo fuera distinto, que las cosas no fueran tan monótonas y aburridas como siempre han sido. Un mundo donde las cosas sean diferentes, para variar un poco. Todos formamos nuestra realidad. Todos queremos que nuestra realidad sea la correcta. Pero nosotros jamás nos detenemos a pensar cómo serían las cosas si el mundo que nos rodea no es más que una simple fantasía, una ilusión en la que todos vivimos, o en la que todos te hacen creer que vives. Quiero creer que hay un mundo, un mundo diferente donde los animales no hablan, donde la gente simplemente camina de un lugar a otro en vez de aparecer ahí. Esta realidad llena de magia sencillamente no es para mí.

Alan Michel Romero Diez Martínez



Nirgendwo

Detengo el automóvil justo al terminar la carretera. Estoy buscando una señal, algo que me diga dónde me encuentro, pero no veo nada. No sé qué hacer y estoy cansada por el viaje, así que me quedo en el carro con el motor apagado. De pronto, en el retrovisor, aparece un tráiler.

– ¡Demonios! – me digo- , mientras intento desesperadamente encender mi auto de nuevo. El tráiler me hace el cambio de luces. Ya está muy cerca. ¡Uff! Al fin consigo arrancar. Súbitamente, la carretera que había terminado, se despliega de nuevo desde ahí. Sigo el camino. Alzo los ojos hasta el retrovisor para localizar el tráiler pero sólo el atardecer me saluda desde ahí. Creo que el cansancio me está jugando malas pasadas. Lo curioso es que no recuerdo haber manejado tanto. Más adelante parece haber una intersección y flechas… necesito que esos letreros blancos sean flechas y me indiquen la dirección; CUALQUIER dirección.

Sigo avanzando. La maldita intersección parece no llegar nunca. Cuando finalmente la alcanzo, no puedo distinguir lo que dicen las flechas. Me bajo del carro para verlas de cerca. Entonces me doy cuenta de que no es una flecha sino el plano de un centro comercial que dice: “Usted NO está aquí”.


Georgina González Mendívil

viernes, 5 de febrero de 2010

Volver a Empezar






Nuevo comienzo

Hoy todo empieza otra vez, un nuevo año, un nuevo semestre, un nuevo ciclo. Los días y los meses se cuentan una vez más, otro primero de enero, otro catorce de marzo, otro día, otra oportunidad. ¡A diario lo vemos!... un nuevo amanecer, un nuevo nacimiento, un nuevo comienzo. Entonces ¿por qué es tan difícil empezar otra vez? ¿Por qué no nos dejamos renacer a cada momento? Siempre estamos en el miedo, tratando de ser alguien, esforzándonos por sobrevivir, continuar con algo que empezamos, o que alguien empezó por nosotros. Yo no quiero una vida así, yo quiero una vida que sí pueda vivir, quiero ser feliz, como todos. ¿Que esto requiere esfuerzo? Eso ya lo sé, pero estoy dispuesta a hacerlo, trabajar tanto como una pequeña oruga, escalar, encontrar un lugar, para un buen día decidirme y comenzar de nuevo como una mariposa, libre, sin ataduras, ¡feliz! En mi propio y único nuevo comienzo.

Lourdes Patricia Ramos Corrales


Volver a Empezar

Su compañero no paraba de gritarle en el oído que se detuviera, que él no iba a soltar ni una palabra y que no tenía sentido seguir. Si algo le molestaba a Fabianno mientras le rompía el rostro a alguien era que le dijeran “Para” y más si era quien se supone que debería de estarle sosteniendo para que no se balanceara tanto. Los habían mandado a sacarle un poco de información a un sujeto, pero parecía que él no estaba lo suficientemente conectado como para responder. ¿Qué jodidos estaba mal en este pueblo? Se supone que este sujeto y sus compañeros eran quienes debían de seguir su legado en el nuevo continente. Se supone que debían hacer las negociaciones siguiendo un código, imponiendo respeto, carisma, detalle. Pero todo lo que estos idiotas transmitían era una increíble y tremenda carcajada. Dejaban el nombre de nuestra querida Italia muy dentro del refrigerador, pudriéndose en el olvido.

Fabianno soltó estaba al borde de asestarle un último golpe a su víctima cuando abrió la boca. Todo lo que salió de ahí fue un fallido escupitajo dirigido a su traje, que terminó escurriéndose por su hinchada y ensangrentada cara. Los nervios de Fabianno se crisparon totalmente y golpeó al muchacho justo en los riñones, su compañero ya ni siquiera se quejó y sólo se tapó los ojos con su mano derecha, agachó la cabeza y la movió de lado a lado.

-¿Ves? Te dije que no iba a hablar, y no habló.

- No, pero sí va a escuchar- dijo Fabianno volteando rápidamente al suelo y mirando directamente a los estáticos ojos del desdichado- Lo primero que harás cuando te encuentre aquí será implorar que te comuniquen a tu jefe y decirle lo siguiente: Nunca ha sido sólo “vender, comprar y matar”. También este negocio es cuestión de clase y toque, no sólo actuar como brutos changos sin códigos de honor. Y que la falta de ellos le va a costar caro. Le dirás que los italianos le están declarando la guerra y que sus días de opulencia están contados. A partir de este día nosotros volveremos a empezar a construir este pueblo a nuestra imagen y semejanza.

Gilberto Salomón Abitia


Nuevo comienzo

Un nuevo comienzo implica tener un pasado, algo que se supone recuerdes. La habitación en donde estoy es cómoda y estéril. Me siento muy confundido y todo me da vueltas sin moverse de su sitio. Veo personas en batas blancas que se mueven a mi alrededor oprimiendo botones, cegándome con luces y diciéndome cosas que difícilmente puedo comprender.

- ¿Se siente bien? - Me pregunta una de esas personas, cierro los ojos y me paso una mano por la cabeza.

- Eso creo - alcancé a decir antes de sentirme pesadamente cansado y caer dormido. Al despertar me encontraba en un cuarto diferente pero igual de estéril. Una mujer estaba sentada a mi lado, sólo me sonrió al verme despierto. Comenzó a contarme una historia de un muchacho que había estado en un asalto a mano armada. Sabían poco del muchacho y estuvo hospitalizado un largo periodo. Con pena le pregunte la razón de su historia, ella me miró como desconcertada y después de un momento me preguntó por mi nombre. Moví mis labios pero sin poder articular ninguna palabra. No lo entendía. Yo era… yo. Pero ¿cuál era mi nombre? No podía recordarlo, ¿qué me pasaba? ¿Y por qué a mí? Semanas pasaron y me dieron mis documentos donde decía quién se supone que era yo. Pero no recordaba las personas que conocía o el lugar donde trabajaba. Tengo grandes conocimientos en matemáticas así que supongo que soy un ingeniero o eso dice mi título. Tendré que conseguir un empleo nuevo, amigos nuevos y una vida nueva. Todo será como volver a empezar, pero ¿sobre qué comienzo de nuevo? ¿Cuál es mi pasado? Supongo que sólo comenzaré.

Alan Michel Romero Diezmartínez


Ocasos

Hay quienes se quedan mirando a los ocasos melancólicos, martirizando por el ayer.

Hay quienes le miran renuentes del ayer, sin la esperanza de la lucidez del porvenir.

Otros más que le miran con recelo furiosos, en la espera de un cambio sin esfuerzo.

Solo unos pocos le miramos románticamente, agradeciendo los tropiezos y los arrojos de cada día.

Pues para estos pocos cada ocasos significa un pasado por recordar

Y una mañana donde la vida es volver a empezar.

Sandra María García Retamoza



Nuevos comienzos

Estaba el pintor sentado en su banco bañándose con la sublime satisfacción de ver su trabajo terminado. Contemplaba el majestuoso paisaje que había engendrado con sus propias dos manos manchado sólo por la estéril figura del aristócrata que se lo encargó. Contemplaba con orgullo aquel paisaje veraniego, donde las montañas eran asediadas por la luz del sol que salía por entre las nubes. Para el río decidió usar un azul muy claro, rozando el blanco, que simulaba la quietud impía de los bosques del sur. Los árboles, cuyo follaje verde se concurría de aves, rayaban el cielo y sus nubes, como si intentaran alcanzar a Dios en su cielo. La única sensación que superaba a la satisfacción de ver tal pintura era la sensación casi divina que sentía cuando le daba forma a la nada en sus lienzos, la emoción que llenaba su existencia. Después de su larga contemplación, el pintor notó que la sonrisa del aristócrata estaba un poco desviada y con la misma mueca en su rostro se dispuso a tomar la pintura blanca para borrar su creación, únicamente para sentir otra vez el tortuoso éxtasis del nuevo comienzo.

Rafael León Verdugo


Todos los días despierto con las mismas ideas en mi cabeza, los mismos planes y con los recuerdos del día anterior, que parecieran una sucesión de eventos que ya antes había vivido una y otra vez. Pareciera que mi vida fuera una rueda que gira y que gira, pero que nunca muestra una cara diferente. Rara vez ocurre algo fuera de lo normal, pocas veces recibo una llamada de un antiguo amigo, casi nunca un maestro comenta algo interesante y es raro cuando contemplo un atardecer tan bello como el que puedo ver a través de mi ventana. Por desgracia sé que hoy haré lo mismo que hice ayer, inclusive sé que mañana haré lo que hoy estoy por hacer. Ya ha pasado un día desde que empecé a escribir mi historia, lamentablemente lo único que puedo escribir que no hayas leído antes es que el atardecer, que ayer se despidió por mi ventana no fue ni la mitad de bello de lo que fue aquel que le dio luz a mis primeras notas. Esto se ha vuelto tan asfixiante, cada día hay menos que yo pueda contarte, por eso he decidido que hoy concluiré mis notas, porque mañana habrá un evento que seré incapaz de contarte, mañana los primeros rayos de luz entraran por mi ventana pero yo no despertaré. Sé que inevitablemente el mundo cambiará pero igualmente nunca habría podido ver ese cambio en el mundo, por eso me iré a emprender un nuevo camino del que no podré regresar y así le daré a alguien más la oportunidad de volver a empezar.

Jorge Luis Ramos


Volver a Empezar

Quisiera ser como el reloj, que no le molesta volver a empezar. Pero soy humano, de carne y hueso, que le molesta, le saca de quicio, le aterra volver a empezar. Porque empezar de nuevo significa tirar por la borda lo que acabas de hacer, para hacerlo de nuevo. Porque me asusta la idea de llegar a un nuevo lugar, y volver a construir el pequeño reino que ya había construido, por el que me moví y conviví por mucho tiempo. Porque el sólo pensar en esculpir un nuevo bloque de mármol, para hacer una escultura que ya había terminado, no es de mi agrado. Me aterra volver a empezar. Me molesta volver a empezar.

Pero, aunque no me agrade, sé que es necesario, y no siempre lleva a algo malo, muy por el contrario, creo que a pesar de ser un trago amargo, un nuevo comienzo, finalmente, es algo inmensamente…dulce. Quisiera ser como el reloj, que no le molesta volver a empezar.

Luis Alfonso Puente C.


Callejón sin salida

Ok. La había regado, y lo había hecho olímpicamente. ¿Que si dolía? ¡Y vaya que lo hacía! Quizás si no se hubiera percatado de lo patético de su caso, quizás y sólo quizás, quizás no doliera tanto. ¿Y si hubiera hecho otra cosa? ¿Y si sus circunstancias fueran otras? ¿Y si hubiera podido evitarlo? ¿Y si…? ¿Y si…? ¿Y si…?... Oh, al diablo. Al diablo con el mundo, con su estupidez y con todos los “Y sis”. Después de todo, lamentarse no iba con su estilo, no se veía bien. No se sentía bien. En fin, el punto era que ahora estaba frente al callejón sin salida más desalentador de su vida. Y sí, estaba dispuesto a dar cualquier cosa, cualquiera, con tal de salir de ese embrollo. Pero ni el diablo se aparecía para cerrar un trato con él. ¿Tan perdido estaba su caso? Ni hablar, mejor ni pensarlo. Repasó mentalmente sus opciones, no estaban muy bien. Sólo le quedaba de una: dar media vuelta de ese callejón y seguir caminando. ‘Siempre hay una buena salida’, se convenció mentalmente. ‘Oh, vamos, no es tan difícil, tan sólo tienes que volver a empezar’, se repitió a sí mismo. Sí, así es como uno de deshace de los callejones sin salidas.

Maricruz Castañeda Lafarga.


Cambio de dirección

Gabriel se inscribió el martes pasado a la carrera de sus sueños. Él estaba estudiando derecho en una prestigiosa universidad en Massachusetts. Pero se dio cuenta que siendo abogado se encontraría siempre con dilemas éticos en los que tendría que ganar un caso a base de tecnicismos y mentiras por parte de los testigos. Estaba harto del ambiente en el que se envolvía, donde cada quien se ponía su antifaz y pretendía ser amigo de algún diputado, sólo para ganar influencia, algún puesto respetable. El empezar de nuevo requería de discusión con la familia, mudanza, trámites, hacer examen de admisión, pagar la inscripción, comprar libros y todo un proceso con tal de cambiar de dirección en su vida. -A veces empezar de nuevo puede ser lo más tedioso que puedes hacer, pero muchas veces es necesario- se repitió así mismo, recordando que ya había tomado una decisión y que debía continuar. Cuando los días empezaron a ser menos calurosos, empezaron las clases de Gabriel. Cada día debía leer muchísimas páginas de libros. A él no le importaba pues le apasionaba la historia y disfrutaba cada vez que analizaba a los grandes gobernadores, a los grandes líderes, que cambiaron radicalmente la historia y su rumbo. Terminó su carrera, algunos años adelante. Él le hecho lo mejor de sí mismo, sin desistir, aunque sus padres le advirtieron que terminaría siendo un maestro muerto de hambre. Después de todo, alguien con éxito en la vida, no significa que sea el que tiene más ingresos, si no el que es feliz con su vida y con lo que está haciendo.

Miriam Moya