viernes, 3 de diciembre de 2010

Navidad

Cuatro ángeles, cuatro velas

Hay cuatro velas flotando en el cielo y cuatro ángeles debatiendo tristemente cada uno frente a su vela. Esos ángeles eran quienes cuidaban al mundo desde lo alto. Hacía frío y podía sentirse cómo el olor a canela inundaba el cielo. Paz, el primer ángel dijo: “No tiene caso que yo siga aquí, los humanos han olvidado lo que es convivir pacíficamente unos con otros. Sólo se la pasan peleando y agrediéndose entre ellos. Aparentemente, ya no me necesitan”. Apagó su vela y se fue volando por los aires. El ambiente comenzó a tornarse más frío.

Fe, el segundo ángel dijo: “La gente ya no intenta acercarse a nuestro creador, pues piensan que no lo necesitan y no hay nada que pueda hacer si quieren permanecer ignorantes”. Así que él también apagó su vela y se fue volando por los aires. Nubes negras invadieron el ya gélido cielo.

Amor, el tercer ángel dijo: “Lo siento, pero yo también he de irme. Confiaba en que alguien me encontraría, pero los egoístas humanos me han demostrado que sólo pueden preocuparse por ellos mismos. Ya me han lastimado suficiente”. Así que con un poco de duda, Amor se fue titubeante por los cielos. El frío se volvió más intenso y pequeñas manchas blancas comenzaron a llenar los cielos.

Por primera vez en esa ciudad, comenzó a nevar, a nevar como nunca se había visto en la tierra. Pero el último ángel con determinación usó todas sus fuerzas y comenzó a emplear lo que le quedaba de vida para aumentar la llama de su vela, para calentar a los humanos. Cuando estaba por dar sus últimos respiros, el ángel dijo “Paz, Fe, Amor… no pueden irse, sin importar como sean los humanos, no podemos dejarlos desvalidos”. Conmovidos por tal acto de grandeza, los demás ángeles volvieron dándole fuerza y dijeron “Lo sentimos Esperanza, nunca más volveremos a partir… nunca más. Mientras tú estés aquí, te seguiremos a donde quiera que vayas”. Al ver esto Dios, en su infinito poder, concedió a Esperanza el don de la eternidad. Pues mientras existan los humanos, la esperanza jamás podrá dejar de existir.


-Alan Michel Romero Diezmartínez


R
emembranza

Miro el segundero del reloj de mi sala girando, no sé si en espera de que llegue el tan ansiado día o añorando lo que fueron -alguna vez- mi casa y mi vida. Todo pasa lentamente por mi hueca y deteriorada mente. El sonido más estruendoso, ése que jamás he vuelto a escuchar.

Íbamos en el auto mientras la nieve nos cobijaba, creaba un ambiente –irónicamente- cálido y hogareño, pues se acercaba la Navidad. Todo era risas, un constante jadeo por parte del perro, los niños gritando y yo, mirando a aquella mujer que todo me dio: amor, cariño, palabras de aliento y, claro, esas dos hermosas criaturas que aún escucho susurrando por las noches. Sentí que algo pasaría pues, tanta perfección no podía perdurar. Tuve la necesidad, la urgencia de gritarles un “los amo” que retumbó en el automóvil. No sé si fue lo correcto. Lo que sé, es que lo hice justo en el momento indicado.

Pienso que las cosas pasan por algo. Tuvo que suceder en ese momento para reinventar mi vida, volver a ser como era antes de que –ella y ellos- llegaran a mi vida: un simple ser humano que no vive, sobrevive y cuenta los días en espera del momento en que llegue su muerte. Unas luces nos cegaron y no supe más allá. Cuando desperté, unos paramédicos me llevaban en una ambulancia al hospital más cercano al mismo tiempo que se lamentaban de lo que había sucedido y decían: “Pobre hombre, ya no tiene más familia y le pasó justo hoy, en la víspera de Navidad”.

Hoy me siento a ver la nieve cayendo como plumas heladas que se amontonan en el piso, que son tomadas por niños que las hacen pelotas con sus manos para jugar “guerras”. Miro el segundero del reloj de mi sala girando, no sé si en espera de que llegue el tan ansiado día de reunirme con ellos o añorando lo que fueron –alguna vez- mi casa y mi vida. Todo pasa lentamente por mi hueca y deteriorada mente.

- Andrea Lilian Gámez Salazar


EL MANZANO

El otoño había terminado demasiado rápido, y ahora los primeros copos del invierno caían sobre el jardín impidiéndole ver aquel manzano que tanto le gustaba. Aquel manzano que su padre había sembrado para ella con mucho esfuerzo. Pero ahora eso no importaba. Estaba contenta. Realmente contenta. Papa vendría. Después de tanto tiempo. Vendría. -Verás que en Navidad volveré contigo y estaremos juntos para abrir nuestros regalos- Eso había dicho. Y Lidia sabía que su padre jamás le mentiría.
Habían pasado tres años desde la última vez que Lidia vio a su padre. Tres inviernos. Tres navidades. Tres esperas eternas. Lidia vio como su madre con lágrimas en los ojos le había dicho que ya no esperara a su padre. Que había muerto en batalla. Que él no volvería y que debía aceptarlo. Pero Lidia no prestó atención. Ni siquiera se sobresaltó cuando su madre le dio aquella terrible noticia. Ella sabía que su padre volvería, que abrirían los regalos y que todo volvería a ser como antes. Ni su madre, ni el soldado que había traído la mala noticia podrían convencerla de lo contrario.

La nieve cubría cada vez más el manzano y Lidia comenzaba a impacientarse. Si su padre no se apresuraba, no alcanzaría a comer el pavo que su madre preparaba para la noche buena con una sonrisa fingida, dándole ánimos a Lidia aunque ella sabía que su esposo no volvería. Sería imposible que volviera. Aun así durante estos tres años la madre de Lidia había servido tres platos en la mesa con la esperanza de que el tercer lugar se ocupara.

Lidia seguía esperando. Día y noche observaba cómo el manzano se cubría de nieve, recordándole que la Navidad se acercaría y con ello su felicidad o de nuevo la decepción. Pero Lidia no perdía los ánimos. -Papá vendrá. Él nunca me ha mentido.- Se repetía una y otra vez conforme la nieve caía.

Había llegado Noche Buena y ahora Lidia no podía observar ni un solo rastro del manzano, parecía que el manzano contaba ahora con un abrigo blanco.
Lidia se sentó a la mesa y observó la mirada llorosa de su madre. –No te preocupes mamá, papá no tarda.- Le dijo sonriendo a su madre, aunque Lidia comenzaba tener un sentimiento de tristeza que no podía evitar, pero al menos ocultaba tras su sonrisa.
Pasaron un largo tiempo esperando en la ventana hasta que la madre de Lidia decidió irse a dormir, era inútil esperar y también fui inútil convencer a Lidia de irse a dormir. Lidia no se detuvo. Siguió ahí. Esperando un milagro hasta que su cuerpo no pudo más y se quedó dormida.

La despertó una voz familiar. Su corazón latía demasiado rápido sin que supiera porque y cuando miro por la ventana, ya no había nieve. El manzano había vuelto y su padre también. Finalmente sus ruegos habían sido escuchados.

- Bree Guerra


El Falso Santa


El bigote pica un poco, con la barba no tengo problema, pero ya no aguanto el bigote. Bueno, el bigote y la barba blanca en conjunto con el clásico gorro rojo deberían ser suficientes para el trabajo.. ¿no? No. Le hace falta algo, un toque personal, algo mío, espera… ¿Cómo no se me había ocurrido? ¡Mis lentes oscuros de aviador! Eso debería bastar para que no me reconozca nadie. Estoy un poco nervioso, nunca había hecho esto, pero ya lo he razonado por mucho tiempo, y todo apunta a que es una buena idea. ¿Alguna vez se han puesto a pensar que la época navideña no solamente es la época más feliz del año, sino que también es en la que casi toda tienda esta vacía, y por ende, llena de dinero?. Llevo pensándolo un tiempo, me tomó el año entero prepararlo todo, bueno, más bien decidirme, que asaltar un supermercado medio vestido de Santa Claus, se tiene que planear con anticipación. Ya estalló uno de los carros en el estacionamiento. Eso me indica que ya es hora. El auto en llamas, y los que estaban por estallar, deben mantener ocupados a los guardias un rato, o hasta que lleguen los bomberos, tiempo suficiente para entrar y salir. Repaso el plan en mi mente mientras monto el cartucho de la pistola. Bajo de la van decidido, y entro al supermercado y disparo al aire, pienso para mi mismo: “Sí que será una feliz navidad”.


- Luis Alfonso Puente


¿Qué pasara con nosotros esta Navidad?


Estaba a punto de comenzar el mes de Diciembre, y me encontraba en la cocina lavando platos de color rojo y verde con un pino decorado pintado en el centro. Todo lo que ha pasado este año, quizás no hubiera valido la pena, si no fuera por las pocas cosas buenas. Esta Navidad, no espero que sea como ninguna otra. No tengo idea de dónde vamos a festejarla o con quien, pero en fin, todavía falta un poco de tiempo para eso. La casa se encuentra tan sola sin él aquí, que ya no se siente como un hogar. Pero, en vez de concentrarme en todo eso, intenté recordar una Navidad… una buena, para olvidarme de los problemas: me encontré sentada en el salón de clases, días antes de salir de vacaciones, en el segundo salón a la derecha del primer pasillo. Le pertenecía al grupo de 2do B de primaria. Una niña del salón alardeaba cómo ella sabía que Santa Claus no existía, que sus padres eran quienes le entregaban los regalos cada año. Obviamente no creí que fuera cierto, pero algo en mi lo dudaba. Así que, como con todo otro cuestionamiento, fui hasta mi mamá y se lo pregunté muy seriamente. Ella contestó que como aquella niña se portaba tan mal, que Santa Claus ni si quiera le traería carbón, sus padres tendrían que darle un regalo aquel día. Algo no cuadraba, yo conocía a mucho niños más que se portaban mal, y ninguno de sus padres le compraba juguetes. Así que ese año, decidí ponerle un reto a aquel señor vestido de rojo y con una barba tan blanca como la nieve. Pedí algo que ninguno de mis padres estaría dispuesto a comprar: lo único escrito en mi carta, era que quería un perro. Puse el papel en el árbol de Navidad y cuando un día desapareció, estuve satisfecha. Ese año lo pasamos con mi abuela, la madre de mi papá. Volvimos tan tarde que no recuerdo haber llegado. Por la mañana corrí hasta el árbol y mis ojos no pudieron creer lo que estaban viendo. Mientras mi mamá (quien odiaba a los perros) estaba dormida junto con mi papá, (a quien le rogué el año entero por uno), yo estaba parada, inmóvil, y con los ojos como platos, frente aquel árbol de navidad. Debajo de él se encontraba una pequeña casita de tela y dentro estaba el mejor regalo de Navidad, obviamente Santa Claus, existía. Cuando me enteré que todo era “una ilusión”, como lo llamaba mi papá, no me decepcioné, más bien, me sentí orgullosa de mis padres, quienes me habían hecho creer algo que los papás de aquella niña no habían podido. Así como esa Navidad volví a creer en un personaje que en la vida real no existía, en estos momentos necesitaba una persona que me hiciera creer, que algunas cosas, como el amor y la familia, sí son para siempre. Tal vez algún día la encontraré. Mientras tanto, sólo queda esperar a que alguien conteste la pregunta que últimamente da vueltas en mi cabeza… ¿Qué pasara con nosotros, todos, esta Navidad?

- Constanza Duarte


Randolfo

Había una vez, un pequeño oso llamado Randolfo. Él vivía en un bosque al norte de una villa cálida construida al pie de una montaña. Randolfo era un poco especial y lo sabía. Era blanco como la nieve, que cubría delicadamente las ramas de los pinos en invierno, a diferencia de sus hermanos y padres que eran negros como la noche. Durante todo el año, sus hermanos le ganaba a jugar a las escondidas, porque era un blanco fácil entre los arboles del bosque. Randolfo siempre deseó saber por qué de las diferencias entre el pelo de él y sus seres amados. En repetidas ocasiones trató de cambiar su color nadando en fosas de lodo, pero las mismas lluvias que hacían aparecer el lodo en el piso eran las que lo lavaban y lo dejaba incluso más brillante que antes. Una noche, cuando el frío del invierno empezaba a recrudecer, escuchó unas melodías fantásticas que provenían del pueblo. Sin hacer mucho ruido decidió caminar hacia el pueblo, anduvo unas pocas millas antes de encontrar la fuente de esas maravillosas melodías. Detrás de unos arbustos, Randolfo observó a un grupo de humanos que iban cantando de puerta en puerta esa música que le parecía celestial. Caminó un poco más y llegó a un lugar que antes no solía estar ahí. Era un sitio improvisado con una carpa colorida. Los humanos de ahí también festejaban alrededor de un pino que habían decorado con luces de mil colores. De repente vio algo totalmente increíble, en una jaula estaba una familia de osos blancos que tenía un cachorro negro. Se acercó pensando mil cosas, ¿podrían ser ellos sus verdaderos padres? ¿Aquel pequeño cachorro negro sería el verdadero Randolfo?, cuando estaba en las proximidades de la jaula de aquella familia decidió regresar con aquellos osos a quienes amaba y siempre había llamado su familia. En el fondo sabía que las respuestas a todas sus dudas podrían estar en aquella jaula, pero también sabía que las respuestas solo le traerían dolor. Desde aquel día dejó de quejarse de su color. A final de cuentas, en invierno, no había quien lo encontrara tirado en medio de la nieve.

- Jorge Luis Ramos Aviles


“Navidad. Te siento.”


Sentada contemplando la felicidad y los colores en las calles quiero contar mi historia de navidad. Sé que muchas historias han sido contadas ya, pero creo que es necesario que yo cuente la mía.

Recuerdo cuando creía en lo que me contaban mis padres, cuando la magia era parte de mi vida, las sorpresas abundantes y las sonrisas líquidas. Después comenzaron a suceder cosas extrañas, cambios en mi familia y en mí misma. Mis primos, ya no eran aquellos pequeños niños que jugaban a los carritos y a las muñecas. Mi abuela fallece. Mi prima de diecisiete se casa. Mi tía intenta quedar embarazada por diez años y cuando lo logra su marido contrae cáncer y en poco tiempo fallece.

Ahora llegas tú navidad y nos exiges dar amor, regalar, compartir, adornar nuestras casas y sonreír. Esto es inexplicable, es como ir a una iglesia y ver que todas las personas tienen fe pero tú no, o como cuando alguien cuenta un chiste y todos mueren de risa pero tú no puedes ni fingir media sonrisa.

Pero yo sigo aquí sentada, contemplo a esos niños jugando, veo cómo las personas compran desesperadamente regalos y trato de adivinar para quiénes son. Camino a casa a pesar del frío y pienso que todos tenemos nuestros problemas, que el mundo está hecho para que nos equivoquemos… que para eso existen los días, para pensar que mañana podremos mejorar lo que hicimos mal el día de hoy. Qué bueno que pasan cosas importantes en mi vida, así puedo escribir con más inspiración, puedo describir sabores dulces y amargos. Navidad, te siento en todos los sentidos. Sé que estás aquí no sólo por el frío y, a pesar de ya no ser aquella niña que soñaba con sus regalos debajo del árbol, sigo sonriendo. Sigo pensando que alegras la vida hasta del más miserable, y que quiero que la gente sepa que ningún problema es tan grande como para acabar con lo que uno es.

- Anna Isabel Camacho Castro.


Una noche en noche buena

Era una noche fría, de un invierno sin igual,
tenía roja la carita, era helado el respirar.
No era un día como todos y eso ella lo sabía
Pero a pesar de los problemas, su esperanza crecía.

Toda la noche había viajado, por la inmensa ciudad.
Y a pesar de ser noche buena, no encontraba nada de caridad
¿Por qué siempre pasa eso? Pensaba ella.
Si Dios lo dio todo, por qué nadie se compadecía.

A pesar de todo, aún tenía su esperanza,
y unos hermanitos esperándola en casa.
El reloj dio las once, con un cuarto de más…
Ella pensó, que era tiempo de regresar.

Sabía que al regresar con nada, habría caritas de tristeza,
pero si no llegaba a las doce, la decepción sería inmensa.
La recibieron en su casa, llena de sonrisas.
Y a pesar de no tener nada, acogieron la navidad con alegría

Mientras unos tiraban dulces, ella de hambre moría.
Y se ocultaba, en su corazón, una gotita de tristeza.
Ese día no comió nada, ni tampoco su familia.
Pero, de que otra navidad vendría, seguían con la esperanza

- Lourdes Patricia Ramos Corrales