martes, 13 de diciembre de 2011

El año nuevo


Un año entero.

            No me gustan los espejos de ninguna forma o tamaño. No es una fobia extraña o algo por el estilo,  simplemente no me agradan y ya. Su trabajo es mostrar  la realidad de una manera objetiva ante nuestros ojos y, por eso, no me gustan. Prefiero evitar observarme en un espejo para, así, pretender que todo está bien. Es cobarde tal vez, pero no me importa. Sin embargo, en ocasiones es simplemente imposible evadir el reflejo de tan odioso artefacto. Y, eso, fue lo que ocurrió este año -mejor dicho- este fin de año. Por circunstancias de la vida, que preferiré no contar, terminé frente a un espejo. En aquel momento sentí como si un fuerte peso me cayera encima: no podía creer lo que estaba viendo. ¿Esa era yo realmente? ¿Yo? ¿Cómo había pasado?
            Mirarme ahí parada me hizo reconocer que nada de lo que había esperado ese año sucedió. No es que hubiera sido miserable, es sólo que no había sido especial.  Nada cambió pero, la única culpable, soy yo. Si no adelgacé, si no subí mis notas, si no aprendí nada nuevo, si no leí más de 3 libros… todo eso, es mi culpa. La persona reflejada en ese espejo soy yo. El reflejo de todo lo que hice, o mejor dicho, no hice en un año entero. Y aquello me hizo reflexionar. Las cosas no hechas, las letras no escritas, las no leídas. No se pueden recuperar si nunca existieron, pero sí se puede empezar de nuevo. Después de todo, para eso es un espejo: para mostrarnos la realidad a detalle con el fin de que la corrijamos, o bien, aceptemos. Y, para eso, es también el fin de año: para ponernos nuevas metas, para seguir adelante en nuestro camino. Por eso, este año, prometo iniciar de nuevo. Todos deberían hacerlo: corregir los errores, proponerse nuevas metas. A fin de cuentas, tenemos un año entero.

-Bree Guerra

Doce uvas y un sólo deseo

            Era de noche y Esteban estaba sumido en el frío ambiente y sus pensamientos. Su padre, hablando con sus tíos y, su madre, en alguna discusión sobre la limpieza, al pie de la escalera. Esteban cerró los ojos hasta que una niña pequeña -que había visto un par de veces- lo despertó. “Toma, Esteban. Para tus deseos”, mientras le entregaba un plato con unas uvas. Le pareció un tanto ridículo, ¿cómo su familia podía creer que esas frutas les iban a conceder deseos? Pero, ellos, creían en toda clase de cosas: como poner a un borrego en la puerta de la casa durante la espera la entrada del año, o salir corriendo con la maleta en mano por la cuadra. Había que admitir que la imagen de las señoras corriendo como locas por la calle era muy graciosa. El muchacho llevaba un rato pensando en el deseo ideal, pero cuando sonó la primera campanada en el viejo reloj de la casa de la abuela él sabía exactamente qué pedir. Tomó la primera uva, recordó los momentos que pasaba jugando cuando era pequeño y pidió su deseo. Al sonar el tercer replique del reloj, Esteban ya se metía otra uva a la boca, mientras recordaba aquel beso en la frente que ella le dio cuando creía que él dormía, y pidió el mismo deseo. Seis campanadas y él recordó aquellos viajes al campo que odiaba pero, como a ella le encantaban, él debía acompañarla y, nuevamente, pidió lo mismo. No pudo evitar derramar una lágrima al pedir su noveno deseo mientras recordaba las mañanas que lo hacía madrugar para ir a correr. Al llegar a la onceava campanada, el muchacho estaba rompiendo en llanto recordando el accidente pero -aun así- repitió el deseo. No podía dejar de sentir la culpa, pues era él quien manejaba. Fue él quien no vio el carro aproximándose. Y no era justo que él sólo saliera con unos rasguños mientras su madre quedaba en silla de ruedas para siempre. Al sonar la última campanada, en un mar de lágrimas, Esteban tomó la uva restante y pidió por doceava ocasión su deseo: “Que mamá pueda volver a caminar”.

-  Alan Michel Romero Diez Martínez


Mi año nuevo

            Mi madre me pregunta “¿calzón rojo o amarillo?”. Simplemente le contesto “amarillo, ya tienes el amor de mi padre”. Me entristece verla tan ilusionada con un cambio de fecha, tan ilusa ella. El clima no cambiará; pues eso es a mediados de Octubre. Sus arrugas no se desvanecerán, y aunque mi padre lo prometa; yo sé que no bajará esos kilos demás y las cosas no mejorarán. Tal vez mis hermanos crezcan algunos centímetros, tal vez alguno de nosotros muera, tal vez su hija mayor le dé una sorpresa desagradable. Pero mi madre y sus hermanas seguirán igual; a la tía Francisca la seguirá engañando su marido, la tía Elena seguirá teniendo hijos hasta que la venzan los años, la tía Gertrudis seguirá engañando a su marido, la tía Eva mantendrá su amor por el sexo femenino (a pesar de los rezos de la abuela), y la tía Rosa seguirá cambiando de novio cada tres meses. Mi mente sólo me dice “huye, corre, sal de aquí, escapa, huye lo antes posible”. El año nuevo no significará nada para mí. Mi año nuevo será el día que compruebe que no soy parte de ese conjunto; de mi madre y de sus hermanas. El sentido del año nuevo para ellas, es por decir que hay un pequeño cambio, algo “nuevo”, ya sea una blusa, nuevos senos o nuevo marido. El día que huya de aquí, para volver solamente en año nuevo, viendo todo lo viejo, ése día sí será mi año nuevo.

-     Georgina González Padilla

El Próximo Año

            “El próximo año”, me había dicho, “ya verás que todo saldrá bien, deja de pensar en ello”. No sé si lo dijo sin pensar, o simplemente porque aún tenía esperanza, ya que esto también me lo había dicho el año anterior. Lo que no sabía, es que hay viejos amigos a los que estamos perdiendo, y hay nuevos amigos a los que ni siquiera les hablamos. Qué irónico, pero cierto. Y uno quisiera tener el tiempo necesario para dedicarle el que se merece a cada quien, pero no se puede, así que lo dejamos para el próximo año, el año nuevo. O bien, buscamos librarnos de los fantasmas que, manifestados de diferentes formas, nos acechan. En fin, buscamos la felicidad, y decidimos empezar desde cero, eso es lo que dicen y hacen muchas personas, ¿no?

            Cada año pasan por nuestro camino muchísimos sucesos, muchísimas personas, y probablemente todo nos marca de alguna manera. A veces les queremos encontrar la razón de “todo pasa por una razón”; no siempre lo logramos. Las rupturas, las reconciliaciones, la vida y la muerte, la bienvenida y el adiós, las emociones vividas, la búsqueda de una solución, las lecciones aprendidas, los errores cometidos, los corazones que se rompieron, los recuerdos que nunca se van.

            Así que brindemos, es lo que se suele hacer… por los momentos, los buenos y los malos; por el amor, el amor que tuvimos y compartimos; por las personas que, en medio de una vida ordinaria, aparecieron y nunca olvidaremos. Por el año que vivimos, y por el año que viene.

- Joel Villalobos


El día más esperado.

                El día más esperado del año para Ángela estaba a punto de llegar. La víspera de año Nuevo era uno de sus favoritos pero, en realidad, el que traía la más grande espera era el 1° de Enero de cada nuevo año. Ángela siempre comenzaba muchas cosas ese día, se forjaba metas para esos 12 meses que la esperaban con los brazos abiertos pero, este año, sería diferente porque no empezaría cosas nuevas sino que se dedicaría a terminar las que había dejado inconclusas un año atrás. No sabía si acabaría con la lista. Después de todo, era un tanto extensa. La fiesta se celebraría en su casa como todos los años, habría invitados a montones, gente conocida, gente desconocida y gente que no quisieras conocer. Eso era lo que más le gustaba a ella: conocer gente nueva y ¿qué mejor que un nuevo amigo para ese nuevo año? Las personas comenzaban a llegar una por una o de dos en dos a la gran fiesta. Ángela siempre esperaba a que ya hubiera bastante gente como para no saludar a las personas desconocidas. Después de un tiempo de estar en su habitación esperando, salió y se encontró con una infinidad de personas listas para celebrar el Año Nuevo. Los tazones llenos de uvas, el radio prendido para escuchar las campanadas y los fuegos artificiales listos para ser lanzados a la hora correcta. Las horas pasaban y las doce campanadas resonaron por todo el lugar, las personas se abrazaban y se felicitaban. Ella, salió al patio a ver los fuegos artificiales: su parte favorita de la celebración. Las luces de colores alumbraban el cielo oscuro. Parecía que la vida le daba una oportunidad de empezar de nuevo, pero Ángela no se dejaría llevar por las tentaciones. Ese año, sería un año de clausura. 

- Constanza Duarte


Otro año

            La fecha estaba próxima y todo en su familia era un desastre. Ésa mañana todo parecía haber explotado; ella dormía y ni siquiera lo notó. Su papá regresó frustrado de ese trabajo matutino. Manuel como siempre molestaba a su hermano mayor, quien no pudo más y todo comenzó a caer. Su padre apenas llegaba y su hermano ya lo bombardeaba con “Manuel hizo esto e hizo aquello, que tumbó la maseta, provocó que se escapara el perro, arruino este libro, lleva toda la mañana molestando…” Parecía una de esas mujeres que apenas llega el marido a casa le sueltan todas sus inconformidades como cascada de rocas. La mecha quedó encendida. Él siguió y siguió hasta que su padre estuvo realmente molesto y la siguiente cosa que hizo Manuel detonó una buena reprimenda. Su madre lo estaba viendo todo, llevaba mucho tiempo cargando su cansancio y desesperación, no soportó nada más. Ambos padres empezaron a discutir, ella no soportaba ver golpes contra sus hijos, y llegaron hasta el punto en que su madre pensara en el divorcio. Poco después ella salió de su cuarto, sólo para darse cuenta del desastre y escucharle a su madre decir “no quiero seguir viviendo en esta familia como perros y gatos, pueden escoger con quien se quedan”. Plantearse esa posibilidad le oprimía el corazón y sentía culpa, ella tampoco se esforzaba mucho por convivir con sus hermanos y ayudar en la casa. Al final del día su madre le dijo “de verdad lo pensé, pero no es culpa de ustedes, ya es navidad, pronto comenzará otro año, es hora de hacer compromisos y empezar de cero. No puedo seguir sosteniendo esto yo sola”. La fecha se aproxima, ella espera. De verdad quiere hacer cambios, sus hermanos también, y sus padres. Pero no es fácil, lo sabe y ve el calendario con inquietud. Después de todo, el cambio de un número en la fecha no asegura que todo vaya a mejorar.
 
 
- Lourdes Patricia Ramos Corrales


Año nuevo

                “No puedes voltear hacia atrás”, “ha llegado el momento de tomar una decisión”, “cada acción tuya, tendrá una consecuencia”. ¿Qué palabras tan serias, no? Seguro no querrás escucharlas en tu próxima fiesta. Toma en cuenta que las fiestas decembrinas están a la vuelta de la esquina: posadas, Navidad, Año Nuevo. Vaya que ésta última representa más que una simple fecha. Puede ser el principio de algo nuevo o el final de una era. Cuando piensas en un nuevo año, ¿qué es lo primero que se te viene a la mente? ¿La lista de propósitos que tienes por empezar? O, ¿qué estrategia vas a seguir para lograr tus propósitos? He aprendido con el paso de los años que los propósitos no son más que metas vacías. La seriedad de las frases que acabas de leer no es lo que quieres escuchar mientras todos suben sus copas y brindan por las sonrisas y llantos venideros del año entrante. Por mi mente, pasan recuerdos. Cada año deja un sabor, una marca diferente en cada uno de nosotros. Una simple fecha puede cambiar el rumbo de lo que se atravesará en tu camino. Además de recuerdos, hay demasiadas experiencias vividas que van a dejarte lecciones para lo que decidas hacer. Más que metas y propósitos, tu manera de vivir la vida es lo que dirá si vas a cumplir lo que te propongas. Preocúpate por el tiempo, que es vital en esta vida porque tiene un inicio y un final. Mientras todos suben sus copas y brindan por las sonrisas y llantos venideros del año entrante, yo miro el reloj y pienso, que en un año más, estaré ahí parada, rodeada de las mismas personas con nuevos anhelos y sumándole un año más al calendario. De repente, escucho ¡Salud! Que la vida siga.

- Andrea Gámez


Meditación


Estás abriendo los ojos
y te parece
que vieras al mundo
por primera vez.

Los sentidos se reconfiguran
y la vida aparece
tan nueva y tan eterna
a la vez.

Y no entiendes nada
y sin embargo
nunca todo
había estado más claro.



-Georgina González Mendívil

lunes, 31 de octubre de 2011

La muerte


Caos.
Se dice que, como seres vivos, siempre estamos en caos. Yo pienso que hay mucha verdad en esa idea. Sí, buscamos siempre el orden, intentamos poner un sentido a lo que hacemos. Y sin embargo, ¿qué tanto toma para sacarnos de nuestra burbuja? Un terremoto, un incendio, una inundación nos puede quitar por completo todo control. Es una idea que da miedo, sin duda. Pero ¿qué somos sin el caos? La primera persona en aventurarse y descubrir algo nuevo, ¿no era un caótico? ¿Qué pasaría si nada ni nadie se saliera nunca de la raya? Probablemente viviríamos tranquilos. Pero también viviríamos en un tipo de coma, sin buscar nada en realidad. La única razón por la que buscamos un orden en que hay un desorden del que escapar. ¿Qué pasa si perdemos eso? Un mundo sin desorden, sin mal, sin errores es también un mundo sin orden, sin bien, sin aciertos. La muerte del caos es la muerte de una de las cosas que nos definen como humanos, la muerte del mundo y las ideas que conocemos.
-          Elisa Norzagaray


Felicidad 



Nada parecía haber cambiado. La gente seguía igual que siempre y sin embargo  aquel día, el día de su muerte, no fue un día normal.  Todos sentimos su muerte en algún punto de nuestros corazones pero no quisimos escuchar o, tal vez, teníamos miedo de escuchar. A partir del momento que se hizo pública su caída todos tuvimos que aceptarlo. Nada sería como antes.  Y el miedo nos invadió. Nadie supo cómo pasó pero pasó. Había muerto y no se podía hacer nada. En este mundo, la muerte es inevitable pero aun así, nadie creía que ella pudiera morir. No era justo. No lo era para ella y mucho menos para nosotros. ¿Qué haríamos si no la tuviéramos?  En realidad no había mucho que se pudiera hacer. Honestamente, ¿cuántos de nosotros pudimos en verdad conocerla?  Solo unos cuantos fueron los afortunados en saber, aunque fuera por instante, lo que ella representaba.  Otros, los menos. pudieron tener la dicha de decir: “la conocí un largo tiempo”. Fue tanto el tiempo tan cerca de ella que no lloraban su muerte. La conocieron lo suficiente como para saber que eso no le hubiera gustado. A ella no le gustaban esas cosas. Había gente ahí a la que el conocerla fue tan solo un sueño inconcluso que quedará en el olvido. Soñaban con conocerla algún día, aunque fuera por instante saber qué se sentía estar con ella. Y solo por esa razón asistieron al funeral. Querían ver con sus propios ojos lo que quedó de ella. Querían saber si en realidad fue tan maravillosa como todos les decían.
Yo estaba ahí por compromiso más que por dolor puramente dicho. Honestamente y sin miedo puedo decir que no la conocí mucho. Un par de veces la vi. Estuvo conmigo y fue agradable.  Tenía esa capacidad de hacerte sentir muy bien por unos instantes. Pero ahora que no estaba, ¿qué podíamos hacer? ¿Qué íbamos a hacer? Aunque muchos no la conocieran sabían, o más bien creían, que era necesaria en este mundo, que sin ella la vida de todos nosotros ya no tendría sentido. Sin felicidad, ¿qué podíamos hacer? ¿Quién nos iba a hacer felices? Ella era como la meca de todo ser humano; una vez en la vida tendrían que conocerla, que sentirla. Pero yo no lo veo así. Si ella no está ¿qué pasa? Nada.
La gente. Las cosas. Mueren todos los días. Ninguna muerte es más que otra. Y eso se nos olvida.  Si ella murió no cambia nada. Ella no es lo único importante en nuestras vidas. Si hay tantos que no la conocieron y han estado bien. Si existimos otros que solo la vimos un par de veces y estamos bien. Si hay otros que la tuvieron muy cerca y están bien. ¿Qué pasa? Nada.  Nos quedan otras cosas. La felicidad murió y es algo triste. Pero la muerte sucede todos los días y no podemos hacer nada al respecto. Felicidad murió pero no con ella nuestra esperanza ¿o no?
-          Bree Guerra


 Honestidad


         ¿Qué hay en el ataúd? ¿Qué es realmente lo que murió? No vivimos en un mundo donde todos nos pasamos siendo honestos, diciendo la verdad y solo la verdad. Así que quizás, solo quizás, no cambiaría del todo.
         Pero esa mínima parte, la parte donde se encuentra la verdad, es lo que nos mueve, ¿no? Tú, yo, él, ella, seguimos adelante en búsqueda de una verdad, la que sea. Si no hubiera, entonces viviríamos sin anhelar nada porque todo es mentira, ¿y quién quiere que su vida sea una mentira?
         O sería un mundo sin movimiento, todo estaría detenido.
         De todos modos, hay muchísimas verdades, todas distintas: mi verdad, tu verdad, su verdad.
         La muerte de la honestidad. Suena muy curioso ahora que lo pienso. ¿Cómo sería el mundo si solo pudiéramos mentir?
         Entonces, si muere, ¿qué nos queda? ¿Un montón de palabras falsas que buscan el bien solo de uno mismo?
-          Joel Villalobos


Satisfacción



Su satisfacción no tenía límite. Por última vez lo dejaría sentirla y disfrutarla. Tenía ganas de que la caída del trono del reino de James fuera dolorosa, que cuando cayera pudiera romperse todos los huesos.
Sentía ansias, una sonrisa tan completamente macabra que asustaría a cualquiera. El alma más fuerte, llena de heridas lloraría. Así es como James se sentía, mas él no quería darle nombre, no quería tener el mismo sentimiento que el del “enemigo, así es como él le llamaba. Todo lo que James próximamente sentiría, según él, sería vergüenza. Huirá y no volverá a aparecer, porque la muerte no venía por un deber, venía para divertirse, venía a reír y hacer sonar sus huesos llenos de lamentos ajenos y su hoz llena de sangre. Ahora él, que sentimientos no podía tener, sentía satisfacción, la segunda vez que tiene un sentimiento, rió pero no por diversión más bien de ironía, no lo sabía, solo quería que la satisfacción de James cayera, se hundiera. Le repudiaba nada más verle la sonrisa, jamás tuvo un sentimiento así a una persona. Por Dios, Satán y todo ser sobrenatural, ¡cómo quería llevarse a James al infiero o a lo más lejos posible de lo que él más quería!.
-          Daniela Montoya Barraza


Alegría



Vi a la pobre mujer vestida de rosa chillón llorando desconsolada, sujetando su pañuelo de seda y supe que algo no iba bien. Entré de lleno al lugar y me di cuenta de que había globos con caritas felices y una que otra mesa llena de regalos.

-Mamá, tengo miedo-le susurré, apretando su mano contra mi pecho.

-¡Shh!-me regañó-. Imprudente es tu segundo nombre. Estamos en un funeral, mi amor. Guarda silencio.

-¿Por qué? Todos están vestidos como para el carnaval…-enarqué una ceja con incredulidad.

-Murió una de tus mejores amigas-me dijo, con un tono indescifrable que me hizo sentir un escalofrío.

Alegría había dejado el mundo. Se había ido. Ya no estaba. “Se nos adelantó” habría dicho mi abuela.

Todo tenía sentido en ese momento: La señora vestida de arcoíris con los ojos rojos e hinchados, el bebé que no dejaba de llorar y el pequeño niño vestido de gris con una mueca en su cara parecida a un intento de sonrisa.  Medité tres segundos y resoplé, caminando por el lugar tan concurrido. Nunca antes me había sentido así: Inseguro o… así, no podía explicar que hueco que abrasaba mi pecho y me orillaba a respirar de forma entrecortada.

No más sonrisas, no más risotadas, no más bromas, no más de Alegría.  Aunque a veces me gustaba jugar al rebelde y decía que estaba enojado. Iba a extrañarla.

-          Karla Torres 


habicho﷽﷽﷽lantstaba. "habb-me dijo, con un tono indescrifrable que me hizo sentir un escalofri
Amor



Ha muerto, el amor ha muerto dejándonos a todos en un mundo lleno de melancolía y llanto. El amor que se ha ido, es el amor muere y solo nos deja un vacío en el pecho, la cabeza llena de recuerdos y los ojos llenos de lágrimas.
Se extraña al amor cuando muere, pero en realidad nunca lo hace, queda tan vivo como un parásito que va consumiendo lo que queda de la alegría. Y a esos amores hay que matarlos.
Hay amores que deseamos nunca mueran, hay amores que mueren lento y los hay que mueren rápido. Pero qué es ahora de ese amor que murió, el amor que juramos sería inmortal y ahora solo vive en mi recuerdo. Es un amor que muere despacio mientras tenga vida, un amor que vive consumiendo pizca a pizca mi alma, que se nutre con mis lágrimas y extraña tu presencia.
Se muere el amor y un poco de mí con él. Se va y deja un vacío y la insaciable necesidad de llenarlo. Quisiera saber si es el amor quien ha muerto, o es la fe que le tengo. Si es el amor quien ha muerto, le llevaría flores si supiera en que parte de mi quedó el cadáver. 



-          Alan Romero Diezmartínez



Belleza



Todos te van a extrañar. Y yo sé quiénes te van a extrañar aún más: los ojos de aquellos que aprecian la belleza humana. No solamente los hombres, sino las mujeres también. No porque los hombres estén encasillados en ese concepto haremos a un lado a las mujeres. ¿Qué será de esos bellos paisajes y esos atardeceres placenteros? Pero, he aquí una gran ventaja: la belleza es según desde el ojo de quien ve, entonces, Ella nunca desaparecerá. Siempre cualquier objeto puede ser peculiar, con algún toque especial. Habrá un nuevo oficio: “el buscador de belleza”. Una página que busque la belleza en todo lo que se nos ponga enfrente y, atención, otro punto a favor: Tendremos que apreciar aquello que tenemos en el olvido, es decir, la belleza externa. Porque –cabe aclarar- no todo es exterior. Bien nos podemos volver ciegos. También el concepto de subjetividad se hará presente. Todo será tan subjetivo que parecerá hermoso. Limpia tus pupilas y aclara tus sentimientos que, a partir de hoy, todo será diferente. Ciertos consejos aparecerán cuando la muerte de la belleza sea anunciada. La humanidad sufrirá un shock, pero nada irá mal: unas gafas de verdad nos sentarán bien.
-          Andrea Gámez


Horror



Si me preguntan qué desearía que muriera, contestaría que nada. No le deseo el mal ni la muerte a nadie, no soy quién para juzgarlos. Pero si me preguntas qué pasaría si se muriera el horror, bueno esa es una pregunta interesante para responder. Si se muriera el horror, ya no existirían los miedos arraigados, ya no existirían las fobias. No existirían las leyendas, los mitos ni las películas que dan horror. Este sentimiento es más fuerte que el terror, el terror asusta, te enloquece, hace que cada una de las células de tu cuerpo, se pongan alertas. El terror hace que vibres, que llores, que sufras. El horror hace que llores más fuerte, hace que enfrentes tus mayores miedos y busques cómo sobrevivirlos. Si se muriera el horror se morirían esos sentimientos de fobia y susto que todos experimentamos. El horror podrá morir pero dejará en su lugar al terror, el horror podría dejar de existir pero dejaría en su lugar a la duda, el horror podría morir y dejaría cientos de cosas, como él.
¿Qué se sentirá?,  ¿Qué pasará?, dejaría atrás cientos y miles de sentimientos, pero peor aún, si el horror muriera siempre dejará detrás de sí a la duda, porque el horror es la duda del qué pasará, la pregunta que muy pocos responden. El horror es la valentía del valiente y el amor del amoroso. El horror es la otra cara de la felicidad.
-          Maricela Rosas Angulo


 Angustia



¡La angustia ha muerto! ¡Qué feliz mi vida!
Eso soñaba que despertaría diciendo algún día. ¿Te imaginas? La angustia muerta ¡viva la alegría! Y sin angustia los tontos felices llenan las calles, y sin angustia que los frene, todos a cometer tropelías. Nada que te angustie, eres Superman. Asaltar al vecino, molestar a la gente o lanzarse de un puente, ¡qué más da!
La esperanza lo conquista todo y cometemos estupideces sin ton ni son. Quién lo diría, que en mi mente la angustia estuviera asociada con el buen juicio y que sin ella de por medio se perdiera el juicio. Se callan las voces que dudan, las voces que sufren por lo que no puede ser. Pero se pierde el realismo, la responsabilidad, la sensación de que hay que ir más despacio porque mañana hay que pagar.
Mueres angustia y contigo muere la verdadera alegría, la dicha de saber que alcanzas lo que trabajas y que no solo te avientas al mundo cual caballo desbocado. Se pierden los logros porque no hay ese punto negro en mitad del océano blanco, que repone el balance, que recrea el equilibrio.
-          Georgina González Mendívil

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La Historia de Nicolas


Mensaje en la botella
Cuento colaborativo


                Indio era una calmada ciudad del estado de California. Esta pequeña población prefería ser conservadora y no había mucho que contar. Los jóvenes tenían aficiones sanas donde no involucraban drogas, armas o peleas callejeras. Había pocas preparatorias, pues la mayoría no terminaba todos sus estudios y prefería ayudarle a sus padres en las labores de sus granjas. Nicolás Smith sí terminó la preparatoria y tuvo el privilegio de decir el discurso de su pequeña generación. Él era un muchacho menudo, de complexión delgada, inteligente y su carisma impactaba a tal grado que cuando él hablaba todos querían escuchar. No tenía problemas con nadie y todos lo apreciaban aunque fuera un muchacho algo tímido. Sus pasatiempos favoritos eran leer y oler cosas agradables. Por eso disfrutaba ir a la playa para sentir el aroma de la brisa y la espuma del mar. Nick sabía que su ciudad era muy pequeña para él, así que no dudó en aceptar la beca a la universidad de San Diego por su increíble inteligencia. Al terminar el verano se dirigió ahí con prisa.

***
Al bajar del carro en mi nuevo hogar en San Diego, bajé con la pierna izquierda sin querer. La sonrisa no me cabía en el rostro. Todo iba bien, puse mi reloj de Tom Sawyer en la pared, me había relacionado bien con los vecinos y el cielo estaba claro con el sol resplandeciente. En la noche me dormí más tarde de lo usual, giraba en la cama, miraba la pared, mi mente viajaba de números a clases, de clases a libros y de libros a amigos, daba un recorrido largo a la época de mi noviazgo, me quedaba en esos tiempos y por lo general ahí me duermo, en el regazo de esa…  que tanto me hizo sufrir. Pero ahora me quedé despierto, así que comencé a contar borregos, que se convertían en antílopes y venían en estampida hacía mí. Mi cuarto se oscurecía, me tapaba silenciosamente con la sábana, pero ni de loco me iba con mi padre. El miedo no iba a acabar conmigo.
¡BIP! ¡BIP! ¡BIP!
¡Ah! Hoy comienzo mis clases, Son las ¡6:50 de la mañana! ¡Maldición!
Entré a la escuela con la misma sonrisa de ayer, que fue siendo derribada poco a poco por bombardeos de chismes, armas de papel y empujones de tipos musculosos con su camisetita de futbol y miradas punzo cortantes que querían verme frágil e indefenso.
Lo lograron.
Una vez arrebatada mi sonrisa de la cara, fui presentado ante el grupo, mi profesor me hizo el favor de presentarme como Ni...colás, gracias profesor, me regaló el apodo colas, que se convirtió en el diarrea y luego en el inodoro, el apestoso, el orejas calientes y el mariquita (no supe cómo llegamos a este último)
-Orejas calientes ¿Qué hay de tarea?
- No me llamo así
-¡Oigan todos! A orejas calientes no le gusta que le digan orejas calientes, creo que al orejas calientes hay que decirle como le gusta. ¿Cómo te gusta que te digan orejas calientes?
-Por mi nombre, Nicolás Smith
-¿Escuché bien orejas calientes? Parece que te gusta que te digan ¡Pedazo de mierda! Creo que no tienes claras las reglas de aquí. Mira Nicolasito, no sé cómo sean las cosas de donde vienes, pero en esta universidad[CESA1]  te quedas con el apodo que te ponen, es un honor y te tienes que sentir orgulloso de ello, a menos que quieras acabar como Fínster.
-¿Quién es Finster?
-No quieres saber quién es Finster
- Otras voces - ¡La escuela se desintegra! - No preguntes quién es, por favor - William, ¡ni se te ocurra decirle quién es! Nos lo prohibieron, no sé por qué mencionaste su nombre - una voz lejana - A mí me dijeron lo de Finster y no dormí por una semana- ¡Finster no!- ¡La escuela se desintegra!
-Mira orejas calientes, lo de Finster con suerte no lo sabrás nunca.
Un empujón y se va.
-¡Vaya William! ¿cuántas bolas tienes?
-¿Dijiste algo? No puedo escuchar con la peste que hay aquí ¡inodoro!
-¡Que cuántas bolas tienes!
-¡Ah!, sí hablaste, si querías que te dijera mariquita, me hubieras dicho.
               
Acabó el día escolar y lo demás fue parecido pero no empeoró más que la vez que supe lo de Finster. Era como si una nube gris me siguiera, el cielo claro había desaparecido. Vigilado todo el tiempo, admirado nunca. No admiraban cerebritos en la universidad y tenías que sentirte orgulloso de eso.
***
Era su primera entrevista de trabajo. Estaba en un restaurante con personas importantes, tenía que dejar una buena impresión si quería el empleo, y ¡vaya que lo quería!, pero estaba muerto de nervios y las cosas no estaban saliendo bien. Atinó a pedir unos minutos para tomar aire. Tenía que calmarse. Salió al jardín del restaurante, había mesas dispersas por aquí y por allá. Comenzó a dar unos pasos, quizá el moverse un poco y el cambio de ambiente lo ayudarían a relajarse. Nada. Estaba por regresar a donde la entrevista cuando un sonido lo detuvo. Buscó la fuente del sonido y fue entonces cuando la vio a ella. La joven estaba sola, como absorta en un mundo lejano, creando música con su copa de agua. No pudo evitar mirarla y ella, como si hubiera sentido el peso de su mirada, lentamente voltea y le sonríe como si de un conocido se tratase. Fue su primer encuentro, él regresó a su mesa y las cosas comenzaron a marchar mejor como si ella le hubiese hechizado con su sonrisa. Los nervios se acabaron con su recuerdo.

Por días él regresó al restaurante, esperando volver a verla, sin suerte alguna. Hasta que un día el tan esperado encuentro sucedió. Había practicado la escena muchas veces en su mente, había ensayado diferentes conversaciones, diferentes gestos, había planeado una larga lista de temas de conversación para evitar incómodos silencios. En su mente él era sagaz e interesante, pero ahora que la muchacha estaba justo frente a él, no supo qué decir ni cómo actuar. Por fortuna, sus piernas automáticamente se movieron y él acabó sentado en la mesa de ella, sus labios, muy al contrario de sus piernas, no ejercieron la función esperada, permanecieron cerrados. No hubo problemas, porque ella comenzó la conversación, como si lo hubiera estado esperando.

Poco tiempo después Nicolás recibió la noticia de que había conseguido el empleo por el que había aplicado aquella noche en el restaurante. Se sentía renovado, parecía que la nube gris por fin había escogido a otra víctima y lo había dejado tranquilo. Con esta motivación, ascendió rápidamente en su trabajo, se convirtió en uno de los mejores, tanto que ahora él era quien hacía sentir nerviosos a los postulantes en las entrevistas. El dinero ya no era un problema. Y las cosas con ella, con Elena, iban de las mil maravillas. Todo era perfecto. Cuando salían, los dos resaltaban de entre las personas y las personas los envidiaban, deseaban una relación como la de ellos. Si todo iba tan bien por qué no formalizar las cosas.

Por días y noches Nicolás pensó cómo formularía esa pregunta, la pregunta. ¿Cómo hacerlo? Tenía que ser perfecto, tan perfecto como la sonrisa de ella. Nicolás sabía que mientras viviera jamás podría olvidar el momento en el que sus miradas se encontraron por primera vez. Ella había salvado su alma, reivindicándolo, poniéndolo en el buen camino. Y ahora ya no la podría soltar, tal vez por miedo a que si lo hacía, él volvería a estar tan perdido y tan solo como en aquellos días donde sólo eran él y la triste sombra de la nube gris.

Nicolás decidió que el mejor sitio para expresar la pregunta era el lugar donde su suerte cambió. Hizo la reservación en “Le jardín du hereux”... Y todo fue un éxito: ella dijo que sí. Comenzaron los preparativos para la boda. La fecha llegó. La ceremonia se llevó a cabo con todo el esplendor que su posición le brindaba. Fue una boda para recordar.

La vida de casados fue una extensión de su felicidad, el tiempo no pasaba de la misma forma. Por eso no supo bien cuándo fue que aquella tarde, ella le dedicara la sonrisa más grande y radiante, si es que eso fuera posible, y él supo, ¡oh sí!, que algo iba a cambiar. Su felicidad alcanzaría la plenitud. Los meses pasaron y el pequeño Sebastián nació. Cuando lo tuvo en sus brazos, nunca pensó que su corazón podría querer tanto a algo tan pequeño y tan frágil. Y bendita la genética porque el niño nació con los ojos de su madre. Ese niño iba a ser su nueva razón de ser, le quería dar todo para que nunca tuviera que pasar por la misma soledad que él. Si en el pasado había tenido alegrías, su futuro prometía un costal lleno de cosas buenas.

***
Al parecer, en un principio todo fluía parsimoniosamente. La bolsa de valores no era tan estresante como muchos decían. Comencé a creer que mi vida era perfecta. Tal vez ése fue mi mayor error. Elena y Sebastián reclamaban atención y yo no se las daba. Mis manos parecían ser tan grandes, tan torpes para el trabajo. Los clips y los lápices se derretían en ellas. Se hinchaban a cierta hora del día. Esto hacía que mi labor se retrasara y mi trabajo no se trataba de cumplir un cierto horario sino de cumplir metas, mismas que cada vez parecían estar más lejos del alcance de mis hinchadas manos. Era como si el estrés y el desespero se acumulaban en mis manos pero no cedían. Luego mi cabeza comenzó, también, a sentir los mismos efectos que resultaron en una situación fatal. Antes del terrible suceso, las cosas explotaron en casa igualmente que en el trabajo y con los amigos. Empecé a notar que, probablemente, no era yo el centro del universo así como me lo habían hecho creer en el pasado.
                Sebastián estaba enfermo, cosa que asombrosamente no me mortificó tanto. Elena me pidió que fuera a la farmacia. Me negué. Mi cerebro aturdido de tanto pensar en por qué la vida se me descarrilaba tan vorazmente, hizo que aflorara mi egoísmo podrido.
La temperatura le aumentaba. Elena lo bañó y le puso paños húmedos. Era tarde como para ir al médico y pensé que el problema del niño no era tan grande como para ir a urgencias. En un estado de duermevela, creía escuchar gritos que no sabía si provenían de Sebastián o Elena. De repente, sentí que alguien o algo se había acostado a un lado de mí, como un peso extra en el colchón además del mío. Elena me gritaba en la cara. Sebastián había convulsionado y muerto. Adiós matrimonio. Bienvenida depresión. Hasta nunca carrera profesional. Todo en orden secuencial. No sé cómo fue que perdí mi propio rumbo ni en qué momento. Sólo sé que ya no lo tengo. Al parecer, mi amiga incondicional, la nube gris, había vuelto a mi lado.
Sentía que necesitaba escapar de este mundo, huir de la faz de la tierra, desaparecer y exiliarme. No quería volver.  Siempre estuvo este lugar, al que siempre quise ir, con el que siempre soñé. Un lugar sin fronteras, sin conflictos, tres veces más grande que el mismo suelo, o eso escuché. Un lugar perfecto. Necesitaba un ambiente diferente, sentir la brisa en mi rostro y buscarme a mí mismo, o lo que quedaba de mí, mientras surcaba la inmensidad del océano.
Sabía que el abismo del mar no me devolvería a mi esposa. Sabía que no pondría a mi hijo de nuevo a correr, pero de momento, ésta era la respuesta, mi respuesta. Necesitaría un barco, no uno grande, sólo uno fiel. El Scarlett sería mi compañero, en el Scarlett pasaría incontables horas y viajaría de punta a punta. El Scarlett sería mi barco y me perdería en el horizonte.
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Perseguido por sus recuerdos, Nicolás se vio obligado a dejar todo atrás. Abrió el armario,  tomó el uniforme de marinero de su padre y recordó su partida. Él tenía sólo 12 años y las lágrimas parecían volver. En un vano intento, cerró los ojos para contenerlas y sin desearlo revivió aquel momento: su madre contenía las lágrimas por dentro, ya que había prometido no llorar, y su padre le entregaba a él su más preciada posesión, una brújula plateada. Aún sin saber el valor de ésta, el niño se llenó de alegría, esperanzado de que su padre volviera de aquel viaje. En ese instante Nicolás volvió a la realidad y se miró en el espejo con el uniforme de su padre. Le quedaba perfectamente. Como si de un impulso se tratase, metió la mano en el bolsillo derecho y al hacer contacto con el objeto no lo pudo creer: era la misma brújula que le entregó su padre, oxidada y cubierta de polvo por supuesto. Había olvidado su procedencia, pero de alguna forma volvió a él, como lo hubiera deseado con su padre. ¡Es una señal!, pensó con cierta curiosidad. Se detuvo por un momento a analizar lo que había pasado pero no había nada qué pensar. Se encontró vestido de marinero, con una brújula oxidada y un recuerdo de su padre. Era oficial, debía seguir la brújula como el marinero que su héroe alguna vez fue. La tomó y observó su aguja, estaba detenida. Era el signo final: a donde apuntara, a donde lo guiara, era donde debía ir. Salió ese día prófugo de su pasado y llegó a un viejo puerto donde un barco estaba a punto de partir. Con su impecable traje pasó desapercibido. Aún así, su inexperiencia como marinero evidenciaba su identidad. Trató de evitar contacto con el resto de la tripulación y al mismo tiempo pensó en qué podía hacer alguien tan desdichado como él. Sin dirección alguna, el humo lo guió hacia la sala de calderas. Ahí conoció a Gerardo, un hombre entrado en años que había dedicado gran parte de su vida a quemar carbón.
- ¿Qué te trae aquí?, preguntó Gerardo consternado.
Nicolás lo ignoró pero de inmediato supo que ésa sería su vocación. Gerardo le explicó que todos los que trabajaban en las calderas no lo hacían por gusto, sino por pagar las cuentas. Nicolás estaba más seguro que nunca, su conciencia tenía muchas deudas que saldar. Así, Nicolás se volvió un obrero más en un barco más.
Con la barba crecida, Nicolás había perdido la noción del tiempo. No había salido de la sala de calderas desde el día de su llegada y pensó nunca hacerlo de no ser por el fuerte temblor que invadió la habitación. Intrigado, decidió salir a la cubierta por primera vez. Al salir una fuerte brisa lo apresó. Rodeado por un túmulo de marineros ebrios, reconoció por su expresión que algo terrible había pasado. Volteó y presenció cómo el barco comenzó a hundirse. Los marineros, al no poder, ni querer hacer nada, siguieron celebrando como si fuera la fiesta del fin. El sonido de los metales lo ensordecía, la gente gritaba y la confusión lo invadió. Nicolás empezó a correr. Lo único que le importaba era salvarse. De repente se resbaló en uno de los tantos charcos de alcohol que amenizaban la fiesta. Ahí quedó inconsciente, tirado en el centro de la cubierta y rodeado por locos. Dejó de pensar por primera vez y se fue liberando lentamente. Abrió los ojos y el barco había desaparecido. Ahora estaba en una isla.

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Me desperté y lo primero que vi y sentí fueron los montones de arena que cubrían mi cuerpo. Me di cuenta que estaba sólo acompañado por un mar infinito y una tierra desconocida. Empecé a recordar cómo la tempestad comenzó a arrastrar el barco. La tripulación ebria y enloquecida por la adrenalina y el alcohol sólo se dejó llevar. De pronto el viento tomó el timón y el capitán fue arrojado por el trueno y secuestrado por la profundidad del mar. Alguien debió haber llegado conmigo, quizás alguien esté vivo, quizás todos estén muertos o tal vez decidieron hacerme una broma pesada. Me dejaron aquí solo, mientras ellos disfrutaban los desnudos senos de las hijas de Tritón.
Por tres días enteros recorrí la isla sin encontrar rastro alguno de los marineros. Sin embargo, alcancé a vislumbrar una choza en la isla vecina. La casita me recordó la ocasión en la que llevé a Sebastián de excursión al lago Michigan. Recordé todo el trabajo que tenía ese fin de semana igual que todos los demás. Fue el único fin de semana en que dejé todo medio de comunicación en casa. Hasta ese día no había conocido la sonrisa de mi hijo y mientras veíamos juntos el atardecer me preguntaba:
-Papá, ¿por qué trabajas tanto?
-Para poder darte una buena vida - le respondí.
-¿Y qué es una buena vida? – cuestionó de pronto.
-Pues – vacilé un poco- la vida que tienes, las clases que tomas, la escuela a la que vas, la ropa que usas, la gente con la que te relacionas – respondí en un hilo de voz.
-¿Y de qué me sirve todo eso si no puedo estar contigo? – preguntó.
En ese momento volteé la mirada y recordé que todo eso era parte de un error del pasado. Mi hijo era lo que más extrañaba de la civilización aunque él ya no formara parte de ella. Recordar a mi hijo me llevó a pensar en mis padres. Mi mamá, ¿estará bien ella?, ¿mi papá se habrá recuperado? Mi casa, mi escuela, la vieja choza también me recordó a mi época de escuela, el día de la graduación vistiendo la toga amarilla y a mi madre diciendo que lo más importante debía ser la felicidad de los míos, que si ellos eran felices yo sería feliz y en eso me enfoqué o eso creía. Los llené de cosas materiales pero no pasaba mucho tiempo con ellos. A decir verdad, no lo hacía, por eso pasó lo de Sebastián, por eso me subí a ese barco y por eso llegué a esta isla, por un concepto de felicidad cubierto por la neblina.

Me desperté dentro de la cabaña que habíamos construido, ahí estaba todo lo que habíamos rescatado de cuando íbamos a la orilla a ver si algo venía. Estaba lleno de hojas de papel, un kit de primeros auxilios, unos cuantos lápices y gracias al cielo, nos llegó como un milagro una de las cajas de vino. Estaba solo, no encontraba a la tripulación y no sabía cómo iba a salir de este lugar. Se fueron un día y no volvieron.  Pudieron haberse perdido más, si era posible, o tal vez encontraron a alguien y huyeron… ¡Malditos bastardos! Mi única esperanza era que alguien me encontrara. Pero cómo podía alguien encontrarme si no tenía idea de dónde estaba, mucho menos si existía…o si existí. Así que me decidí por uno de los métodos más antiguos de la historia, una carta en una botella. Tomé una hoja de papel, uno de los lápices y comencé a redactar la aventura.
        “Decidí volverme marinero cuando mi vida se destruyó, esto se suponía que me haría olvidar, lo había visto en películas cuando era joven y talentoso…porque yo era grandioso. Todos querían ser como yo, y estaba consciente de ello. Pero esto no se trata de mis buenos tiempos. Ahora estoy en una isla, las últimas coordenadas de las que supe fueron cerca de Oceanía. De ahí nos perdimos. La corriente nos llevó hacia el Este. Por favor si encuentras esta carta, intenta contestarla o encontrarme. Te lo agradeceré de todo corazón.
Nicholas Smith”
Eso fue hace ya casi un año. Sigo esperando una respuesta. Las olas vienen y van, el aire me golpea a veces en la cara, las frutas crecen y crecen. Ya era rutina voltear a ver el mar todo el día. Ya imaginaba el sonido de los barcos que venían a rescatarme. En un abrir y cerrar de ojos, vi un objeto brillante en la orilla… ¡Una botella! Pensé yo. Corrí hacia ella y cuando llegué  y tomé el objeto no era una botella, era una brújula plateada algo oxidada… ¡Mi brújula plateada! ¡Cómo olvidarla! ¿Cómo habría llegado hasta ahí? Pero eso no iba a terminar con mi esperanza… había sobrevivido ya bastante tiempo aquí. Esa nube gris, al parecer, me había dejado en paz. Volteé hacia el horizonte una última vez antes de irme a dormir. Listo para soñar con mi rescate, que algún día…llegaría.


Escrito por los miembros del Taller de Creación Literaria.
Agradecemos la colaboración de Maricruz Castañeda, Miriam Moya, Aranzazú Payán, Gabino Aldana y Cristhopper Armenta quienes de alguna u otra forma contribuyeron también a la elaboración de esta historia.