viernes, 29 de octubre de 2010

El Miedo

"Anonimo"

Cuando eres niño, toda tu infancia imaginas qué serás de grande.
Eso miedo me da pensarlo ahora,
Pensar que todas las cosas importantes que imaginé nunca se hagan
realidad,
que los sueños en los que confiaba plenamente no sean posibles,
que llegue el día en que me arrepienta de mis d
ecisiones,
que me mire en el espejo y no vea ningún rastro de la de antaño...
Peor
aún, que no me reconozca.
Vagar por la vida siendo nadie, encontrándome con nadie, buscando
a nadie,
no llegar a ser el mundo para alguien,
no llegar a ser la niña de los ojos de alguien,
que sólo sienta las mariposas en el estómago por alguien en mi imaginación, y al final de cuentas ese “alguien” es nadie.
Eso me da miedo.
Vivir en el anonimato,
mirando a los ojos a los extraños intentando ver mi reflejo en ellos,
para ver a través de otra persona cómo me miran los demás,
porque cuando la oscuridad venga por mí y me lleve a lo profundo,
me da miedo pensar que mi alma vino al mundo en vano, que no dejé marca:
como el anónimo que escribe poemas,
como el tímido que manda cartas de amor,
como el desconocido que hace un buen gesto,
como el extraño que murió por lo correcto,
como el anónimo que aparece en los libros de historia detrás del héroe.
Eso me da miedo.

Aranzazú Payán López


Nunca me voy a alejar de ti
Tu mirada sigue siendo la misma, fría y profunda, tan profunda que parece que me observas fijo a los ojos. Pero ya no importa, para alguien como yo, eso ya no importa. Es como sentir y no sentir.
Siempre fuiste una persona seca. Parecía que nada te gustaba, observabas a los demás con esos ojos vagos, como mirando sin mirar. Creías que eran poquita cosa, sólo eran otros, otros cuyas patéticas vidas no turbaban tus pensamientos. Hasta que llegué yo. Y por primera vez en tu vida observaste fijamente a alguien, alguien te hizo sentir curiosidad: yo.
Llegué al orfanato después de la pérdida de mis padres. Estaba devastada, pero no podía demostrarlo. Debía seguir adelante pasara lo que pasara. Y sonreír. Tú, en cambio, no conociste a tus padres, nadie te mostró amor alguno en ningún momento y por eso, el mundo no te importaba.
No lo entendías, no entendías el porqué de mi sonrisa, de mis ojos azules como el mar y de mi cabello brillante como el sol. Porque así fui, hermosa, feliz y optimista. Yo representaba las cosas que odiabas, mi presencia te repugnaba y hacia erizar hasta el último vello de tu cuerpo. No sabías por qué, pero tenías miedo, por primera vez en tu vida, tenías miedo.
Tal vez esto fue mi culpa, porque aunque al principio me asustabas. Quise saber de ti, hasta cierto punto me importabas, y no sabías cómo reaccionar ante los sentimientos que se encontraban en tu ser, en una lucha constante, el odio y el amor. Sí, también amor. Porque yo fui la única que alguna vez te amó, que te dio el cariño filial que nadie te había dado. Pero fue el odio el que venció, no sólo tu odio hacia mí sino todo ese odio que, con los años, habías llevado contigo. Pero, ¿Era realmente necesario hacer lo que hiciste? ¿De esa forma?
Te veo desde las sombras, estás ahí viendo hacia al horizonte, ¿o viéndome a mí? No lo sé, estás esperando el tren y la lluvia corre por tus mejillas, y no sabes si es lluvia o es llanto. Pero no puede ser llanto, no, tú no lloras. Tú no sientes, tú no eres como los demás. Tú no necesitabas de nadie, y por eso querías deshacerte de mí. Querías estar sola, querías que me alejara, querías dejar de sentir esa explosión de sentimientos en tu ser, sentimientos que no comprendías pero que sentías con una fuerza tan grande que necesitabas sacarlos. La única manera, era aniquilándome, tenías que hacerlo, no importaba cómo.
Y lo hiciste. Esperaste a que yo durmiera. Entraste a mi cuarto. Me viste reposar tiernamente en mi cama y escuchaste mi respiración como una suave melodía en tu oído. Y me odiaste más. Y no pudiste soportar verme, tan dulce, tan pequeña y frágil. Y lo hiciste. Me mataste. Tus manos temblaban pero no se detuvieron, desperté por el dolor de la navaja insertada en mi piel. Me oíste gritarte que pararas, que era tu amiga, que no lo hicieras. Pero no paraste. Seguías clavándome el cuerpo sin inmutarte y poco a poco me fui consumiendo. Ni siquiera te detuviste a observar lo que me habías hecho. Yo no volvería a molestarte.
Sigues esperando el tren, y me acerco hacia a ti. Tus ojos me notan y tu cuerpo se paraliza, vuelves a tener esa sensación de antaño, ¿Miedo? No, tú no tienes miedo. Tratas de convencerte de eso pero tus latidos aumentan sin que puedas hacer nada. Te sonrío, me siento a tu lado y susurro tu nombre. No te preocupes, he vuelto y nunca me voy a alejar de ti.

Bree Guerra


Cáncer
La casa empezó a oler a sabanas sucias y polvo después de las primeras semanas. El olor no me molestaba, pero tampoco me agradaba. Miles de días me despertaba y me decía a mí mismo: “Hoy las lavaré, hoy las lavaré para que ella no tenga que lavarlas”. Pero nunca lo hacía. Siempre tenía algo qué hacer: ir por algún medicamento, hacer una cita con el doctor o simplemente atenderla a ella. Sobraba gente que me dijera que contratara a una enfermera para que me ayudara, para que tuviera una vida para mí mismo. Yo siempre les decía: “Con todo respeto, ya tengo una vida. Ella es mi vida”. Yo la amaba, ella era mi mundo. Sus deseos eran mis órdenes. Yo sabía que no era un experto en atender personas, y menos a alguien en su condición. Pero hacía lo mejor que podía, aunque no fuera mucho. Y muy dentro de mí sabía que estaba haciendo lo correcto. Recuerdo cuando me lo dijo. Me lo dijo como si fuera la cosa más linda de todo el mundo, aunque yo sabía que era lo peor: “Querido, me estoy muriendo”. Esas cuatro palabras fueron suficientes para destruir mi mundo y las odié por eso. Estábamos completamente bien hasta que llegaron esas cuatro palabras, pero con el tiempo empecé a entenderlas. Ésa era su naturaleza, como la naturaleza que destruía el cuerpo de ella. Los doctores decían que había esperanza, que todo dependía de su cuerpo y de la cirugía. Nos recomendaron el tratamiento común: unos meses de quimioterapia y luego cirugía. Aceptamos sin preguntar nada. Llegábamos siempre a las ocho en punto. Nunca perdimos una cita. Todo iba bien y eventualmente se programó la cirugía. Fue a las siete de la mañana del siete de julio. Todo estaba listo y yo estaba tan asustado. Temblaba, sudaba a litros y había perdido la cuenta de las veces que había vomitado. Pero como siempre, ella encontraba las palabras para calmarme. “No te preocupes querido, todo saldrá bien”. “Está bien” —le dije— “te veré en unas cuantas horas”. Nunca la volví a ver. Mi padre eventualmente se enteró de lo que había pasado y fue al hospital.
Cuando por fin me encontró, me dijo “hijo, ¿estás bien?”. Lo miré y le respondí “Papá, acabo de perder a la persona más importante en mi vida, acabo de perder a mi madre, ¿tú crees que estoy bien?”
“No” —me respondió— “no creo que estés bien”
“Buena respuesta”.

Gerardo Salomón Abitia




Miedo
Tengo miedo, los gritos de dolor y pánico se escuchan por todas partes, no estoy seguro en donde estoy, y no sé a dónde voy. Dejé de pensar hace rato, desde hace cuatro horas que solamente sigo mis instintos, hace cuatro horas que la ciudad entera entró en pánico.
Estaba en casa de un amigo, llevaba ahí todo el día. Ya era cerca de media noche cuando escuchamos la primera explosión. Todavía no salíamos del departamento, cuando el estallido de la segunda explosión nos ensordeció. No sé si hubiese sido más grande que la primera, pero definitivamente fue más cerca. El edificio de al lado estaba en llamas y, unas cuadras más delante, entre la nube de escombros, la gente corría, empujándose los unos a los otros. La gente caía y nadie los levantaba. Algo estaba pasando, y no sabía qué era. Dejamos de pensar, empezamos a correr. Se escuchaban explosiones por todos lados, mi aliento se acaba y me tiemblan las piernas. Pero no me detengo. Hasta que un estruendoso destello cálido me tumba, hay sangre sobre mí, no estoy seguro si son heridas que aún no siento. Me vence el cansancio y ya no me puedo levantar.
Abro los ojos, mis ojos nublados alcanzan a distinguir que en mi reloj, que de alguna manera sigue funcionando, ya son las tres y media. Y yo soy la única persona que sigue viva. Intento levantarme para buscar refugio, cuando un dolor agudo me retuerce, mis piernas sangran y levantarme se siente imposible. Una lágrima recorre mi cara. Tengo miedo. Los gritos de dolor y pánico se escuchan por todas partes.

Luis Alfonso



Reflexiones del ayer
Me gustaría poder decir "yo lo sé todo", pero en realidad estaría mintiendo si lo dijera. Me gustaría poder describir todas las hazañas que realicé como el héroe que llegué a ser, pero no puedo. No puedo decir que sobreviví los horrores que plagaron lo que alguna vez llegó a ser una de las ciudades más poderosas del mundo, porque en realidad me es imposible.
En verdad, sólo puedo decir que soy uno de los cientos que se escondieron bajo la mesa. El miedo puede hacerle eso a una persona. Sé que ellos siguen en algún lugar, tal vez intentando dejar algo de su historia igual que yo lo estoy haciendo. Tal vez sólo planean esconderse, avergonzados por el miedo. Yo no lo estoy... no en realidad.
El miedo fue la razón de todo este lío. Fue el miedo a la ruina lo que llevó a las personas de la ciudad a buscar ayuda en algo que no podían empezar a entender, fue el miedo a lo que podría pasar lo que los hizo intentar detenerlo. Por eso, yo no entiendo de qué manera debería avergonzarme por tener miedo a pelear contra ello. Sabía de qué forma terminaría. Sabía que no había forma de evitarlo. Protegerse uno mismo es una necesidad humana, así que en realidad no hice nada malo.
Desearía poder decir que lo sé todo. Desearía poder contar todo lo que pasó en aquellos días en los que el único hogar que conocí se convirtió en una pila de escombro. Me gustaría poder escribir algo que hiciera que la memoria de todas esas personas no sea olvidada. En verdad me es imposible, y aunque eso es algo que podría avergonzarme, no lo hace. Meses de miedo interminable le hacen eso a una persona.

Elisa.


-Sin Nombre-
Estás aquí preguntándote si lo que has hecho es suficiente, si las lágrimas que has derramado no sólo han sido en vano y una sonrisa vale más de lo que parece. Tú bien sabes que no conoces tu camino y eso te atemoriza.
Hace tiempo el atardecer era más bello y las noches más estrelladas pero no te importa eso, no te molestas en verlo.
Tu vida es rutinaria, podrías conocer tu futuro porque sabes que lo hiciste ayer. Sin embargo tratas de cambiar y las cosas no resultan como esperabas, prefieres volver a lo que sabías, ¿temes perder tu patrón?
Para ti hoy el mundo ha perdido su gracia, el encanto que lo llenaba cuando eras niño. Pierdes tu tiempo en prisas y paredes que temes derrumbar por pura comodidad.
Todos te dicen que tienes que hacer lo correcto y tratan de moldearte, quieren que seas igual a ellos: tan gris y aburrido. Tú lo permites sin darte cuenta pero has pensado que, tal vez, quien eres no eres verdaderamente tú.
Ni siquiera amar cambia las cosas, el beso en la mejilla ha perdido toda la magia y sabes que pocas veces la miras, no quieres perderla ni tenerla ¿Por qué no dejarla ir? Tan mal está extrañarla, de esa forma puede que vuelvas a pensar en ella.
Hay tantas dudas en tu cabeza, preguntas sin respuesta, ideas que ansías realizar pero las dejas. Crees que lo que crees es incorrecto y a veces hasta un poco alocado. ¿Qué ironía no? Lo que no sabes es que si tú no conviertes tus sueños en realidad nadie lo hará y se irán, desaparecerán como tu nombre que se borra de la historia porque nunca te atreviste a mostrar lo que tenías.
Temes al día en que envejezcas y te arrepientas de todo lo que hiciste, de las decisiones que tomaste y llores, llores porque el tiempo se te fue y no lograste hacer nada con él y en fin llegues a ser otra persona que poco a poco se perdió en la obscuridad.
Pero aún así tienes que creer en ti, en que tú puedes. Puedes demostrar quién eres por eso tienes que dejar de tener miedo y salir, salir de tu mente y mostrarles a todos lo que puedes hacer, gritar tus sueños más disparatados y las experiencias que te dejaron marcado. Hoy todo será diferente porque caminarás por tu vida sin temer a caerte.

Paola Valeria



Piso 13
Después de algunos meses de buscar un hogar temporal, encontré el departamento, pero no sabía lo que me esperaba.
Me observaba con sus ojos azules, de un azul que ni un cielo de tormenta tiene. Sonrió. No entendí porqué. Siempre me veía con ese deseo, el deseo de tenerme junto a él. Pero nunca por amor. El cuarto estaba totalmente oscuro, el frío recorría mi piel. Ellos me habían advertido, me dijeron que ese no era lugar para mí. Nunca fui supersticiosa, pero ahora, me arrepiento de no haberles creído. Desde que llegué, me dijeron que me alejara de este piso. Comenzaron a llenar la habitación, un escalofrío recorrió mi cuerpo entero. Sentí un roce en mi mano y salté. Volteé y lo vi tan cerca. Tan cerca que si respirara sentiría su aliento en mí. Me sentí sofocada con todo ese frío. Sentí un calambre en las piernas, que poco a poco inundó mi cuerpo hasta que me consumió. ¡Caí al suelo! Sentí el dolor invadirme mientras mi alma se desprendía de mi cuerpo, de lo que había sido parte siempre. Y sabía mi deber, debía quedarme ahí a advertirles, a decirles que el piso 13 estaba fuera de la lista, a menos, claro, que quisieran un hogar para una eternidad.

Constanza Duarte