
Fe, el segundo ángel dijo: “La gente ya no intenta acercarse a nuestro creador, pues piensan que no lo necesitan y no hay nada que pueda hacer si quieren permanecer ignorantes”. Así que él también apagó su vela y se fue volando por los aires. Nubes negras invadieron el ya gélido cielo.
Amor, el tercer ángel dijo: “Lo siento, pero yo también he de irme. Confiaba en que alguien me encontraría, pero los egoístas humanos me han demostrado que sólo pueden preocuparse por ellos mismos. Ya me han lastimado suficiente”. Así que con un poco de duda, Amor se fue titubeante por los cielos. El frío se volvió más intenso y pequeñas manchas blancas comenzaron a llenar los cielos.
Por primera vez en esa ciudad, comenzó a nevar, a nevar como nunca se había visto en la tierra. Pero el último ángel con determinación usó todas sus fuerzas y comenzó a emplear lo que le quedaba de vida para aumentar la llama de su vela, para calentar a los humanos. Cuando estaba por dar sus últimos respiros, el ángel dijo “Paz, Fe, Amor… no pueden irse, sin importar como sean los humanos, no podemos dejarlos desvalidos”. Conmovidos por tal acto de grandeza, los demás ángeles volvieron dándole fuerza y dijeron “Lo sentimos Esperanza, nunca más volveremos a partir… nunca más. Mientras tú estés aquí, te seguiremos a donde quiera que vayas”. Al ver esto Dios, en su infinito poder, concedió a Esperanza el don de la eternidad. Pues mientras existan los humanos, la esperanza jamás podrá dejar de existir.

-Alan Michel Romero Diezmartínez
Remembranza

Íbamos en el auto mientras la nieve nos cobijaba, creaba un ambiente –irónicamente- cálido y hogareño, pues se acercaba la Navidad. Todo era risas, un constante jadeo por parte del perro, los niños gritando y yo, mirando a aquella mujer que todo me dio: amor, cariño, palabras de aliento y, claro, esas dos hermosas criaturas que aún escucho susurrando por las noches. Sentí que algo pasaría pues, tanta perfección no podía perdurar. Tuve la necesidad, la urgencia de gritarles un “los amo” que retumbó en el automóvil. No sé si fue lo correcto. Lo que sé, es que lo hice justo en el momento indicado.
Pienso que las cosas pasan por algo. Tuvo que suceder en ese momento para reinventar mi vida, volver a ser como era antes de que –ella y ellos- llegaran a mi vida: un simple ser humano que no vive, sobrevive y cuenta los días en espera del momento en que llegue su muerte. Unas luces nos cegaron y no supe más allá. Cuando desperté, unos paramédicos me llevaban en una ambulancia al hospital más cercano al mismo tiempo que se lamentaban de lo que había sucedido y decían: “Pobre hombre, ya no tiene más familia y le pasó justo hoy, en la víspera de Navidad”.
Hoy me siento a ver la nieve cayendo como plumas heladas que se amontonan en el piso, que son tomadas por niños que las hacen pelotas con sus manos para jugar “guerras”. Miro el segundero del reloj de mi sala girando, no sé si en espera de que llegue el tan ansiado día de reunirme con ellos o añorando lo que fueron –alguna vez- mi casa y mi vida. Todo pasa lentamente por mi hueca y deteriorada mente.
- Andrea Lilian Gámez Salazar
EL MANZANO

Habían pasado tres años desde la última vez que Lidia vio a su padre. Tres inviernos. Tres navidades. Tres esperas eternas. Lidia vio como su madre con lágrimas en los ojos le había dicho que ya no esperara a su padre. Que había muerto en batalla. Que él no volvería y que debía aceptarlo. Pero Lidia no prestó atención. Ni siquiera se sobresaltó cuando su madre le dio aquella terrible noticia. Ella sabía que su padre volvería, que abrirían los regalos y que todo volvería a ser como antes. Ni su madre, ni el soldado que había traído la mala noticia podrían convencerla de lo contrario.
La nieve cubría cada vez más el manzano y Lidia comenzaba a impacientarse. Si su padre no se apresuraba, no alcanzaría a comer el pavo que su madre preparaba para la noche buena con una sonrisa fingida, dándole ánimos a Lidia aunque ella sabía que su esposo no volvería. Sería imposible que volviera. Aun así durante estos tres años la madre de Lidia había servido tres platos en la mesa con la esperanza de que el tercer lugar se ocupara.
Lidia seguía esperando. Día y noche observaba cómo el manzano se cubría de nieve, recordándole que la Navidad se acercaría y con ello su felicidad o de nuevo la decepción. Pero Lidia no perdía los ánimos. -Papá vendrá. Él nunca me ha mentido.- Se repetía una y otra vez conforme la nieve caía.
Había llegado Noche Buena y ahora Lidia no podía observar ni un solo rastro del manzano, parecía que el manzano contaba ahora con un abrigo blanco.
Lidia se sentó a la mesa y observó la mirada llorosa de su madre. –No te preocupes mamá, papá no tarda.- Le dijo sonriendo a su madre, aunque Lidia comenzaba tener un sentimiento de tristeza que no podía evitar, pero al menos ocultaba tras su sonrisa.
Pasaron un largo tiempo esperando en la ventana hasta que la madre de Lidia decidió irse a dormir, era inútil esperar y también fui inútil convencer a Lidia de irse a dormir. Lidia no se detuvo. Siguió ahí. Esperando un milagro hasta que su cuerpo no pudo más y se quedó dormida.
La despertó una voz familiar. Su corazón latía demasiado rápido sin que supiera porque y cuando miro por la ventana, ya no había nieve. El manzano había vuelto y su padre también. Finalmente sus ruegos habían sido escuchados.
- Bree Guerra
El Falso Santa

- Luis Alfonso Puente
¿Qué pasara con nosotros esta Navidad?

- Constanza Duarte
Randolfo

- Jorge Luis Ramos Aviles
“Navidad. Te siento.”
Sentada contem

Recuerdo cuando creía en lo que me contaban mis padres, cuando la magia era parte de mi vida, las sorpresas abundantes y las sonrisas líquidas. Después comenzaron a suceder cosas extrañas, cambios en mi familia y en mí misma. Mis primos, ya no eran aquellos pequeños niños que jugaban a los carritos y a las muñecas. Mi abuela fallece. Mi prima de diecisiete se casa. Mi tía intenta quedar embarazada por diez años y cuando lo logra su marido contrae cáncer y en poco tiempo fallece.
Ahora llegas tú navidad y nos exiges dar amor, regalar, compartir, adornar nuestras casas y sonreír. Esto es inexplicable, es como ir a una iglesia y ver que todas las personas tienen fe pero tú no, o como cuando alguien cuenta un chiste y todos mueren de risa pero tú no puedes ni fingir media sonrisa.
Pero yo sigo aquí sentada, contemplo a esos niños jugando, veo cómo las personas compran desesperadamente regalos y trato de adivinar para quiénes son. Camino a casa a pesar del frío y pienso que todos tenemos nuestros problemas, que el mundo está hecho para que nos equivoquemos… que para eso existen los días, para pensar que mañana podremos mejorar lo que hicimos mal el día de hoy. Qué bueno que pasan cosas importantes en mi vida, así puedo escribir con más inspiración, puedo describir sabores dulces y amargos. Navidad, te siento en todos los sentidos. Sé que estás aquí no sólo por el frío y, a pesar de ya no ser aquella niña que soñaba con sus regalos debajo del árbol, sigo sonriendo. Sigo pensando que alegras la vida hasta del más miserable, y que quiero que la gente sepa que ningún problema es tan grande como para acabar con lo que uno es.
- Anna Isabel Camacho Castro.
Una noche en noche buena
Era una noche fría, de un invierno sin igual,
tenía roja la carita, era helado el respirar.
No era un día como todos y eso ella lo sabía
Pero a pesar de los problemas, su esperanza crecía.
Toda la noche había viajado, por la inmensa ciudad.
Y a pesar de ser noche buena, no encontraba nada de caridad
¿Por qué siempre pasa eso? Pensaba ella.
Si Dios lo dio todo, por qué nadie se compadecía.
A pesar de todo, aún tenía su esperanza,
y unos hermanitos esperándola en casa.
El reloj dio las once, con un cuarto de más…
Ella pensó, que era tiempo de regresar.
Sabía que al regresar con nada, habría caritas de tristeza,
pero si no llegaba a las doce, la decepción sería inmensa.
La recibieron en su casa, llena de sonrisas.
Y a pesar de no tener nada, acogieron la navidad con alegría
Mientras unos tiraban dulces, ella de hambre moría.
Y se ocultaba, en su corazón, una gotita de tristeza.
Ese día no comió nada, ni tampoco su familia.
Pero, de que otra navidad vendría, seguían con la esperanza
tenía roja la carita, era helado el respirar.
No era un día como todos y eso ella lo sabía
Pero a pesar de los problemas, su esperanza crecía.
Toda la noche había viajado, por la inmensa ciudad.
Y a pesar de ser noche buena, no encontraba nada de caridad
¿Por qué siempre pasa eso? Pensaba ella.
Si Dios lo dio todo, por qué nadie se compadecía.
A pesar de todo, aún tenía su esperanza,
y unos hermanitos esperándola en casa.
El reloj dio las once, con un cuarto de más…
Ella pensó, que era tiempo de regresar.
Sabía que al regresar con nada, habría caritas de tristeza,
pero si no llegaba a las doce, la decepción sería inmensa.
La recibieron en su casa, llena de sonrisas.
Y a pesar de no tener nada, acogieron la navidad con alegría
Mientras unos tiraban dulces, ella de hambre moría.
Y se ocultaba, en su corazón, una gotita de tristeza.
Ese día no comió nada, ni tampoco su familia.
Pero, de que otra navidad vendría, seguían con la esperanza
voy a sonar como un anciano jajaja pero tengo que decirlo...
ResponderEliminaraprovechen taller que no tienen idea como lo extraño D:
Hasta ahorita estoi leyendo lo de navidad...
ResponderEliminaramm alan me gusto mucho tu escrito
anna isabel: creo que si este año hubiera escrito sonaría algo como lo que pusiste
lulu: que chila poesia
=) soy Miriam